En la revista Desde mi sótano, una publicación que en Guadalajara buscaba narrar desde una óptica distinta a la oficial, la resistencia activa de los católicos en México durante la persecución callista, se publica el 10 de marzo de 1927 un relato sobre el asesinato del señor cura de Valparaíso, Zacatecas; se trata del más antiguo testimonio escrito acerca del martirio de san Mateo Correa Magallanes. Transcribimos a continuación fragmentos de dicho relato.
El general Eulogio Ortiz, verdugo del Estado de Aguascalientes, troglodita sin nombre, degenerado y cobarde, acaba de consumar en la ciudad de Durango, ahora bajo la amenaza de su zarpa salvaje, un crimen horroroso, fusilando, sin el menor motivo ni pretexto a un virtuoso sacerdote zacatecano, el señor cura don Mateo Correa, párroco de Valparaíso.
El día seis de febrero, en el panteón de Durango, un pelotón de soldados fusiló al señor cura Correa, quien, conforme con la voluntad de Dios, y sin saber por qué se le arrastraba la vida, antes de morir, perdonaba a los que tan mal le hacían, para que Dios le perdonase a él y le diera el galardón de la eternidad venturosa.
Cuando todos esperaban la libertad del señor cura Correa, sencillamente… vino la orden salvaje, y el padre Correa cayó muerto por las balas de los soldados ¿Se había rebelado contra el gobierno el señor cura de Valparaíso? ¿Había sido capturado con las armas en la mano o repartiendo proclamas que incitaban a la rebelión armada? Ninguno de estos «delitos» se paga con la vida, porque la constitución fija claramente los casos en que puede aplicarse la pena capital.
Vean nuestros lectores, cómo fue preso el señor cura Correa, para que aprecien en toda su atrocidad la actitud del General Eulogio Ortiz. Hallábase el padre Correa recibiendo hospitalidad de un conocido hacendado de Zacatecas… a las seis de la tarde de un sábado, fue llamado el padre Correa a una confesión urgente… el señor cura, acompañado del señor Miranda, se encaminaba al rancho donde yacía el enfermo, cuando, al volver de una vereda, tropezó con un destacamento federal. El jefe del destacamento aprehendió tanto al señor cura como a su acompañante don José Miranda, ordenando a sus hombres que los llevasen bien vigilados, a Valparaíso… Tres días más este general revolucionario, sanguinario y feroz, ordenó que los «reos» fuesen remitidos a Durango y más tarde que se pasara por las armas al señor cura Correa, sin haberse tomado la molestia de preguntar por qué había sido reducido a prisión.