Cuántas veces nos ha pasado que al ver a una persona lo primero que nuestros sentidos captan son sus defectos, sus limitaciones físicas. Muchas veces conocemos a alguna persona y sin conocerlo lo juzgamos y a veces por esa razón ya nos cae mal. Esto lo hacemos porque no somos capaces de ver lo que hay en el corazón de alguien, juzgamos el regalo por su envoltura, sin conocer aún el contenido.
Jesús nos enseña que él es diferente, ya que, después de su noche de oración, «llamó a los Él que quiso» (Mc 3, 13), acción que Él mismo recuerda a sus apóstoles: «no me eligieron ustedes a mí; yo los elegí a ustedes» (Jn 15, 16). Jesús ya conocía a cada uno, sabía qué clase de hombres elegía: qué ambiciones y pecados tenían; sin duda eran hombres comunes con defectos y debilidades, con temores e ignorancias; y los eligió tal y como eran, con sus alegrías y flaquezas, con sus cobardías y con su amor: hará de ellos pescadores de hombres (Mt 4, 19).
Cuando Dios llama a alguien a que le siga no se fija en lo externo, sino que contempla su corazón; antes de nacer ya conocía qué habríamos de ser de cada uno de nosotros, y aun así nos eligió (Cfr. Jr 1, 4-10), él conoce lo más íntimo de nuestro ser (Cfr. Sm 16, 7) mucho mejor que nosotros mismos, certeza que san Agustín refleja al decir «Él me es más íntimo que yo mismo» (Confesiones, III, 6).
Él llama a la persona para que le siga completamente, en toda la extensión de su ser, sin dejar nada de lado, ha de ser una donación completa del hombre al servicio de los demás. La vida del que sigue a Cristo es como la entrega del muchacho que da todo lo que posee: cinco panes y dos peces para saciar el hambre de una muchedumbre (Cfr. Jn 6, 9). La Biblia no dice quién es ese chico, ni a qué se dedica, sólo se sabe que en su haber posee cinco panes de cebada y dos peces nada más. Todo lo que el joven tiene Jesús lo toma y obra el milagro, a través de lo poco o mucho que el joven posee; análogamente diremos, Dios toma a la persona con todo lo que posee, y a pesar de los defectos y limitaciones del fiel discípulo que deja todo Él hace grandes bienes para la humanidad; de lo poco que nosotros podemos dar
Dios llama y sigue invitando sin reservas a seguirle, y esas limitaciones humanas que poseemos Él, como buen alfarero, las va quitando, limando y purificando hasta hacer de nosotros oblación digna de su servicio. Somos seres humanos que Él ha elegido para alguna misión en particular, ya sea para la vida sacerdotal, religiosa, matrimonial o soltería, debemos dar lo mejor de nosotros mismos para el servicio de su Iglesia. El seguimiento de Cristo es darlo todo: Dar la vida. Ya lo dijo Juan Pablo I: «Señor: Tómame como soy, con mis defectos, con mis debilidades; pero hazme llegar a ser como Tú deseas» (Audiencia general del 13 de Septiembre de 1978). « ¡No tengas miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre» (Juan Pablo II, Homilía del inicio del Pontificado, 22 de octubre de 1978).