Celebramos hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad. El misterio de la Trinidad nos introduce en la intimidad misma de Dios. Nos revela que Dios en sí mismo es amor. Es amor entre tres Personas distintas, pero que están de tal manera unidas entre ellas que forman un solo Dios.
Este misterio no ha sido revelado inmediatamente. En el Antiguo Testamento no se sabía de la existencia de tres Personas en Dios. Sin embargo esta revelación se estaba preparando.
Jesús se ha manifestado como Hijo de Dios en el sentido más pleno de la palabra: Hijo único, predilecto, primogénito. Es el Hijo unido al Padre, como hace notar Él mismo: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). El Espíritu Santo ha sido comunicado por Jesús a los apóstoles después de su ascensión, como les había prometido. En el Evangelio de hoy Jesús habla del Espíritu Santo que deberá venir, que será mandado por el Padre en su nombre. Jesús lo llama “Espíritu de verdad”, es decir, el Espíritu que revela todo el misterio de Dios. Promete a los apóstoles: “Cuando venga el Espíritu de verdad, Él los guiará a la verdad entera”. Así suscita en sus corazones un fuerte deseo de recibirlo.
De la manera en que Jesús habla del Espíritu de verdad muestra la unión y la distinción entre las tres Personas divinas. Él dice: “El Espíritu me glorificará, porque tomará de lo mío y lo anunciará. Todo aquello que el Padre posee es mío; por esto he dicho que tomará de lo mío y se los anunciará”. En esta frase tenemos una revelación de la Trinidad: vienen mencionados el Padre, Jesús en cuanto Hijo del Padre, y el Espíritu, que toma lo que pertenece al Padre y a Jesús para anunciarlo a los discípulos. El modo en que Jesús habla del Espíritu manifiesta que es un Espíritu de amor, que no busca la propia gloria, sino aquella de Jesús y aquella del Padre.
Jesús mismo en el Evangelio se ha presentado como aquel que no busca la propia gloria, sino la del Padre. Él no pretende de tener la iniciativa, sino sabe que todo en Él – sus palabras, sus acciones, sus milagros – vienen del Padre. El Padre da a Jesús y a los discípulos. Jesús no ha venido para hacer la propia voluntad, sino la del Padre.
Esta abnegación es el aspecto negativo del amor, es la condición de la autenticidad del amor. Quien quiere hacer la propia voluntad y buscar la propia gloria, se cierra al amor. En cambio, quien practica esta abnegación, no buscando la propia voluntad, sino la de aquel que lo ha enviado, vive verdaderamente el amor. Del mismo modo, dice Jesús, “el Espíritu de verdad no hablará de sí, sino dirá todo lo que haya escuchado y les anunciará las cosas futuras”.
Así podemos entender que la vida íntima de Dios es un cambio continuo de amor entre tres Personas distintas, pero unidas entre ellas. En el Evangelio su unión se manifiesta precisamente en el modo en que ellas se ocupan de nosotros. El misterio de la Trinidad no ha sido revelado de manera abstracta, sino en el proyecto de salvación de Dios por nosotros.
Toda nuestra vida cristiana está iluminada por el misterio de la Trinidad. No solamente iluminada, sino también transformada por este misterio. Debemos tomar siempre más conciencia de nuestras relaciones con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nuestra vida es una vida en comunión con estas tres Personas. Toda nuestra vida cristiana está marcada por la Trinidad. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El bautismo nos ha introducido en el misterio de la Trinidad, en la comunión de amor de las tres Personas divinas. Y los sacramentos que recibimos después del bautismo – en particular la Eucaristía – sirven para reforzar nuestra comunión con la Trinidad.
En la Eucaristía pedimos al Padre que mande al Espíritu Santo, para que el pan y vino que ofrecemos se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Jesús. Y lo pedimos para que, recibiendo el Cuerpo y Sangre de Jesús, seamos transformados por el Espíritu Santo e introducidos siempre más profundamente en la vida de amor de la Trinidad.
Pidamos ahora al Señor nos haga apreciar este don verdaderamente extraordinario del conocimiento de su vida íntima. Nosotros tenemos el privilegio no sólo de conocerla, sino también de ser partícipes. “Dios es amor; quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.