«Apenas se bautizó Jesús… vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él»
Con el bautismo de Cristo, llegamos al final del tiempo litúrgico de la navidad, tiempo en el que hemos celebrado el nacimiento de Jesús el Mesías, el Emmanuel, es decir el Dios con nosotros que se ha hecho hombre y ha venido a traernos la salvación a todo el género humano, el cual ha nacido en el seno de una familia humilde, la de José y María y que hoy lo vemos formado como todo hombre de su tiempo para recibir el bautismo de Juan, que consistía en un bautismo de conversión, y que presentaba dos núcleos; en primer lugar expresaba el retorno de un judío a Dios, por el cual se incorporaba al pueblo penitente y se hacía partícipe de la purificación y del perdón; y en un segundo momento anticipaba al penitente el bautismo mesiánico en espíritu y fuego, asegurándole de esta manera un lugar en el reino de Dios; sin embargo vemos como Jesús hace fila como candidato para recibir el bautismo de penitencia, pero no es porque Él necesitara de purificación o penitencia, sino que con este gesto Jesús mostraba y realizaba su solidaridad con los hombres pecadores.
Jesús pide a Juan que lo bautice, pero ¿Necesitaba Jesús renunciar al pecado e iniciar una vida nueva? Por supuesto que no, y Juan lo sabía, por tal motivo se resiste a bautizarlo, pues Jesús no tiene pecado; el bautista era consciente que estaba ante el cordero inmaculado, por eso él es el que dice “yo soy quien debe ser bautizado por ti”, pero Jesús insiste “haz ahora lo que te digo porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. En la traducción literal del griego de esta respuesta que Jesús da a Juan dice: “conviene que así cumplamos toda justicia”. La palabra justicia en el ambiente y tiempos de Jesús, es la respuesta del hombre a la Torá, es decir la aceptación plena de la voluntad de Dios, y Jesús ha venido precisamente a realizar la voluntad del Padre, él no necesita el bautismo, pero obedece los designios amorosos de quien lo ha enviado.
Cristo que cargó con todos los pecados del mundo, entra en las aguas del Jordán, iniciando así su vida pública, tomando el puesto de los pecadores, este significado de su bautismo alcanza su plenitud en la cruz que es la aceptación de la muerte por los pecados de todos los hombres, haciéndose el cordero que quita el pecado del mundo. Una vez que Jesús salió de las aguas se abrió el cielo y el Espíritu de Dios descendió sobre Él. Los antiguos antes de Cristo, retenían en el agua a los que se bautizaban hasta que confesarán sus pecados, en cambio Jesús, siendo impecable, en seguida salió del agua, pues no fue bautizado como un penitente, sino como aquel que purifica de los pecados, reservando así para uso sacramental las aguas de nuestro bautismo, y en ese momento el Espíritu descendió sobre Él en forma de paloma, cumpliéndose las profecías del profeta Isaías y el profeta Joel, los cuales preanunciaban a un Mesías plenamente movido por el Espíritu de Dios: “Reposará sobre Él, el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé”, “derramaré mi espíritu en aquellos días. Y realizaré prodigios en el cielo y en la tierra”, este significado es claro, manifiesta que los tiempos últimos han llegado, que el Mesías ha aparecido en nuestra historia, que ha venido a traer la luz a las naciones y rescatar a los que viven en tinieblas.
El Espíritu Santo manifiesta así su ternura y amor al género humano, y señala que Cristo viene a reconciliar a la humanidad con Dios, y la voz del Padre que se escucha proclama la dignidad del Unigénito ahí presente ante todos los hombres. Aquí, en este episodio, tenemos a la Trinidad claramente manifestada y diferenciada: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Trinidad que sin salir fuera de sí misma renueva todas las cosas, las crea y las restaura. Cristo con su pascua, abre a toda la humanidad las fuentes del bautismo cristiano, simbolizado en la sangre y agua que brotaron de su costado abierto, fuente bautismal del que nace el nuevo pueblo de Dios, y sin el cual nadie puede entrar en el reino, pues es necesario nacer del agua y del Espíritu.
Todos nosotros, los bautizados en Cristo, hemos sido insertados en la obra salvadora de Jesús Mesías, es decir, en el bautismo somos sepultados con Cristo para resucitar con él a una vida nueva, purificados del pecado original, con el cual todo hombre nace; por medio del bautismo nuestra santa madre la Iglesia, nos da a luz a la vida de los hijos de Dios que nos hace decir ¡Abba!, Padre a Dios; así pues el bautismo es un sacramento fundamental en la vida de todo cristiano, ya que por él, se nos abre la puerta a todos los demás sacramentos y auxilios espirituales de la Iglesia, imprime en cada uno de los bautizados la presencia del Señor, recibimos su gracia que nos santifica e impulsa a una perfección integral, haciéndonos sensibles para transformar nuestra sociedad y cultura mediante el fuego ardiente del amor que viene del Señor Jesús, y nos convierte en misioneros del evangelio de Salvación para todos los hombres.