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V DOMINGO DEL TIEMPO PASCUAL

 “PASCUA, CAMINO DEL AMOR”

Pascua, tiempo de paso del Señor entre nosotros, tiempo de dar, tiempo para amar. Acontecimiento que marca al pueblo de Dios y que describe quién es Dios. El Señor es Libertador amoroso. Libera a su pueblo de la esclavitud.

En el Antiguo Testamento Israel es liberado de la esclavitud de Egipto, por el poder de Dios, pero conducido por Moisés, haciéndolos pasar por el mar Rojo hacia la Tierra prometida, donde mana leche y miel (Éx 3, 8) y hundiendo en las aguas al Faraón y su Ejército; en el Nuevo Testamento, ya no es sólo un pueblo el liberado sino toda la humanidad; no pasando un mar material sino el mar espiritual del pecado, de la muerte y de la Condenación. El carro de combate del Nuevo Moisés, Jesucristo, nuestro Señor, ya no será aquel estirado por los caballos, sino la misma Cruz, instrumento de inmolación no de un cordero sino del Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29). Ahora, el Faraón no es el de Egipto, sino el que puede perder las almas en el infierno, el diablo (Mt 10, 28), pero que ha sido ya  vencido por Cristo (Cf. Jn 16, 33), por su Muerte y Resurrección.

Así es. En la Cruz, Jesucristo, nuestro Señor ha mostrado el grande amor del Padre por todos y por cada uno de nosotros, su infinito amor de Hijo de Dios y hermano del hombre y como fruto de su muerte y Resurrección nos ha dado a su Espíritu Santo vivificador, que procede el Padre y del Hijo.

Pero, ¿Qué es lo que justifica estos misterios de salvación: Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección por los cuales Cristo nos ha redimido? Solamente el amor.

En efecto, sólo quien tiene amor puede hacer estas maravillas. Nos dice san Juan que Dios es amor (1 Jn 4, 8). Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16). Y si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn 4, 11). 

En el Evangelio de este Domingo es el mismo Señor quien nos da (es un don) un mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos.

Mandamiento-don que nos hace en el contexto de su despedida física de entre nosotros, porque sabemos que desde su Resurrección se ha quedado con nosotroshasta el fin del mundo (Mt 28, 20), por medio de su Espíritu y en los Sacramentos de la Iglesia.

El Mandamiento ya existía en el Antiguo Testamento. Por eso se trata de un mandamiento nuevo, sólo en el sentido de que Él nos ha enseñado cómo hay que amar. Aquí está la novedad: a todos y a todas, incluyendo a los enemigos o a los que nos caen mal, hasta el punto de dar la vida por ellos, día con día, momento a momento, comenzando por los más cercanos a nosotros.

El mandamiento nuevo del amor nos exige, pues, entregarnos a nosotros mismos, sin reserva a Dios y a los hermanos, así como yo los he amado. Cristo es, entonces, el modelo de nuestro amor cristiano, el cual será como nuestra presentación al mundo como discípulos de Jesús, pues quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor(1 Jn 4, 8).

Pero como nadie da lo que no tiene, ya que no se puede ser apóstoles sin haber sido antes discípulos de Jesús, pidámosle al Señor la gracia de experimentar su grande amor por nosotros, ayudados de nuestro esfuerzo en el estudio de nuestra fe y en la oración cotidiana que nos una más íntimamente a este nuestro Dios-amor, según la máxima de San Agustín: “Creo para entender y entiendo para creer”; sobre todo frecuentando el Sacramento de la Reconciliación (Confesión) y Eucaristía (Santa Misa).

Cristo, muriendo, ha destruido la muerte y Resucitando ha restaurado la Vida, nuestra vida, que viviremos plenamente en el cielo nuevo y en la tierra nueva, pero que ya comenzamos a vivir aquí en la tierra, sobre todo en la celebración de la Liturgia dominical. Por eso hoy el Salmo 144 nos ha recordado: Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya.

Que la celebración de la Eucaristía de este Domingo nos llene de júbilo por la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y que el Espíritu del resucitado nos inflame más y más del amor de Dios, para poder darlo a los hermanos. Así sea.