«He aquíque mi siervo prosperará, seráengrandecido y exaltado, serápuesto en alto»
Estamos en el viernes santo, un día tenebroso y luminoso. Toda la Iglesia recuerda la pasión, la muerte y la sepultura de Jesús. Toda la liturgia, especialmente la liturgia de la palabra, nos ofrece textos espléndidos, que pueden nutrir muchas oras de meditación.
La primera lectura del libro del profeta Isaías, nos narra el canto del Siervo sufriente, una estupenda profecía. Ésta es verdaderamente impresionante. Es un texto único en todo el Antiguo Testamento, que habla de un personaje que sufre por los pecados de los demás hombres. Él sufre terriblemente, es humillado en máximo grado. Se mencionan los sufrimientos que este personaje acepta por nuestros pecados: “traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Él soportóel castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados”. AsíÉl nos obtiene la salvación. El Siervo del Señor sufre por nuestros pecados. Cuando veamos a Jesús sufrir durante la pasión, debemos pensar que sus sufrimientos han sido soportados por nuestros pecados. Se trata de sufrimientos fecundos: Cuando entregue su vida como expiación, veráa sus descendientes, prolongarásus años y por medio de él prosperaran los designios del Señor. Pero al inicio de esta profecía el Señor ha anunciado la glorificación extraordinaria de este personaje: He aquíque mi siervo prosperará, seráengrandecido y exaltado, serápuesto en alto.
La segunda lectura, trata de la carta a los Hebreos, se nos recuerda la ofrenda de Cristo con gritos y lágrimas, con dolores y sufrimientos. La carta nos hace comprender que la pasión de Jesús es una ofrenda sacrificial. Ésta no es un sacrificio ritual, no implica un lugar sagrado, sino que es un suplicio que se realiza fuera de la ciudad. Es el más perfecto de los sacrificios. Jesús se encuentra en una situación de angustia tremenda. La asume en la oración y en la docilidad total a Dios.
El evangelio nos presenta la pasión de nuestro Señor Jesús según san Juan. Es un relato glorificante. En efecto, la pasión en el cuarto evangelio no es una narración triste, sino un relato que manifiesta la gloria de Jesús, la gloria de haber amado hasta el extremo. En contraste con los evangelios sinópticos, que enfatizan el drama vivido por Jesús y la crueldad de su muerte, Juan alarga el horizonte, se eleva en su contemplación y consigue iluminar la pasión de Jesús con la luz resplandeciente de su glorificación. Al dar una ojeada al contenido de la pasión, encontramos una serie de temas que confirman lo dicho. Es decir, “la hora de la glorificación”, la presentación de Jesús como juez y como rey, y la pasión como entrega libre y voluntaria de Jesús. A través de estos temas, característicos del cuarto evangelio, emerge con transparencia la visión de su autor. Para él la pasión no es una humillación sino una glorificación, la cruz no es un instrumento de tortura sino el trono donde se manifiesta la gloria de Jesús.
Al leer y escuchar el relato de la pasión según san Juan, podemos reconocer la visión de fe que el evangelista nos ofrece. Es una visión conmovedora, porque la gloria de Jesús se manifiesta ante todo con un amor llevado al extremo por medio de grandes sufrimientos y humillaciones. La glorificación de Jesús llegaráa ser más evidente con su resurrección y ascensión y con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero todo esto es una consecuencia de su pasión.
Hoy estamos celebrando la pasión, muerte y sepultura de nuestro Señor Jesús. Es un momento especial para meditar y agradecer a Jesús, que por medio de sus sufrimientos, de sus dolores y de sus llagas nosotros hemos sido salvados. Con su muerte en la cruz se han abierto para todo el género humano las puertas de la eternidad. Con su pasión Cristo es glorificado por el Padre, pero también nosotros somos glorificados, pues Él nos hace participes de su vida divina. Al escuchar todas estas lecturas de la Sagrada Escritura nos damos cuenta de que el dolor, el sufrimiento, la renuncia, el sacrificio cuando se hacen por amor, tienen un valor incalculable, es decir, tienen una inmensa fecundidad. Imitemos a Cristo nuestro redentor, ofreciendo nuestro dolor y sufrimiento por la salvación de tantas personas que necesitan de nuestra ayuda, de nuestro tiempo, de nuestra oración.