«Te doy un corazón sabio e inteligente»
¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Es la pregunta con la que Jesús inicia su discurso para mostrarnos la realidad maravillosa del Reino de Dios; ya hace ocho días escuchamos una serie de parábolas, todas ellas relacionadas con la vida del campo. Este domingo escuchamos otro conjunto de parábolas, en esta ocasión hacen referencia a un tesoro, que hay que descubrir y conseguir; y del mismo modo que el domingo anterior, uno relato que nos muestra que en el Reino, que Jesús ha instaurado, es necesario optar por los valores que representa y que de no ser así las consecuencias no se harán esperar. En el relato anterior se trataba de la cizaña sembrada junto al buen trigo, al final se corta y se hecha al fuego; en este caso se trata de los malos peces, que aunque pescados junto a los buenos, al final serán separados y tirados.
El Reino de Dios, es decir, el reinado, la presencia de Dios entre nosotros manifestada y cumplida en la persona y obra de Jesús, implica en primer lugar un don, un regalo gratuito de Dios, pero es al mismo tiempo una realidad que ha de cumplirse plenamente, y es ahí donde entramos nosotros, pues nuestra vocación última consiste en la santidad; y que otra cosa es ésta sino una vida conforme a los valores del Reino de Dios expresados en las Bienaventuranzas.
El Reino que Jesús ha venido a traer es al mismo tiempo don inmerecido y conquista nuestra, es un don ya establecido, pero que aún no se manifiesta plenamente, podemos decir que está en construcción y que nosotros somos los constructores. Es un tesoro por el que hay que apostarlo todo, es la mejor inversión de nuestra vida, por este Reinado hemos de poner en juego todas nuestras capacidades y habilidades, pues la ganancia es el ciento por ciento. Nada se compara con el valor del Reino, pues es Dios mismo entre nosotros, así que si nos topamos con Él, no lo dudemos, empeñemos todo para quedarnos con la mejor parte, la que María escogió, la que San Pablo encontró y lo llevó a considerar todo como basura con tal de quedarse con esta perla de gran valor.
En nuestra vida hay muchas realidades que se nos presentan como valiosas y muchas veces empeñamos tiempo y esfuerzo para conseguirlas, pero al final nos damos cuenta que son realidades pasajeras, incapaces de proporcionarnos la verdadera felicidad. El Reino de Dios es una perla de gran valor, capaz de darnos plenitud y felicidad, pues es Dios mismo en nuestra vida, su presencia transforma nuestra existencia, le da un sentido nuevo a las cosas, aun el dolor y el sufrimiento adquieren un sentido distinto, todo a nuestro alrededor se ve con una luz nueva, todo es bueno y aprovecha para nuestra salvación. Pero para encontrar esta perla de gran valor y distinguirla de las perlas pirata, necesitamos inteligencia y sabiduría, pero no una sabiduría meramente humana, esa que poseen los hijos de este mundo y que los hace hábiles para las cosas mundanas, sino la inteligencia y sabiduría, que vienen de Dios y que nos hace capaces de vivir como hijos de un mismo Padre y por eso hermanos unos de otros, esa sabiduría que Dios le dio a Salomón y que lo convirtió en el mejor rey de la historia de Israel.
Pidamos a Dios que nos conceda Sabiduría para buscar con audacia su Reino e inteligencia para saber apostarlo todo para conquistarlo, que nos de un corazón sabio e inteligente.