«¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O te vas a enojar porque yo soy bueno?»

Jesús, por el contrario, es un hombre al que no le gusta lo pre-establecido, resulta imposible encuadrarlo en un estilo de vida, en un esquema, su personalidad es desconcertante, precisamente porque rompe todos los esquemas establecidos, siempre va más allá de lo que se espera de él, por eso su mensaje resultaba tan ofensivo para aquellos más instalados y comidos de la sociedad de su tiempo, aquellos que se habían acostumbrado a hacer siempre lo mismo proyectando una imagen de Dios de acuerdo a sus propias necesidades e intereses.
Las parábolas de Jesús siempre rompen esquemas, nos proponen una manera nueva de ver las cosas, de entender la vida, de relacionarnos con los demás y sobre todo la manera de entender y relacionarnos con Dios. Es el caso de la parábola que hemos escuchado en el Evangelio. Esta historia, que Jesús nos cuenta, describe la actitud de un viñador, que sale a las calles a contratar trabajadores para sus campos, resulta desconcertante el modo como lo hace, sobre todo al final de la historia. Inicia temprano el trabajo, eso a todos nos parece normal, pero resulta que este dueño de la viña sale a mediodía a llamar a más trabajadores; y todavía más, sale a media tarde; pero por si fuera poco, resulta que al final del día paga lo mismo a todos los trabajadores, tanto a los que iniciaron el trabajo por la mañana y como a los que lo iniciaron a media tarde. ¿Qué podemos aprender de esta parábola? ¿Es justa la actitud del dueño de la viña?
Con esta parábola Jesús está enseñando como es el Reino de Dios, así que podemos identificar a la viña con este Reino y al dueño de la viña con Dios, nuestro Padre. La invitación a participar de este Reino es siempre gratuita y la recompensa don de Dios. Delante de Dios no tenemos ningún mérito, en el Reino de Dios no hay escalafón, ni antigüedad, ni sindicatos, todo es gracia, a Dios no podemos exigirle nada, no estamos en condiciones para hacerlo. Él ha querido asociarnos a su Reino por puro amor. En este Reino el trabajo personal es importante y necesario, pero no nos da derechos con Dios, él es bueno y puede hacer con lo suyo lo que quiera. No debemos esperar que Él se comporte según nuestro modo o nuestras necesidades, Dios es Dios y debemos estar dispuestos a dejar que Dios se comporte como Dios.
Pensemos en las veces en que nos hemos enojado con Dios simplemente porque no ha respondido como queríamos, o aquellas otras en las que nos ha perecido injusto porque alguien no recibió su merecido, como nosotros lo deseábamos, o aquella ocasión en la que pensamos que por el simple hecho de hacer algo bueno podíamos exigirle a Dios algo a cambio. Jesús nos muestra el verdadero rostro de Dios, el Padre bueno y amoroso, generoso y bondadoso, que nos ha querido insertar a su vida divina, qué nos ha invitado a trabajar en su Reino por puro amor. Que nos ha creado por amor, en el amor y para el amor; nos ha redimido del pecado y devuelto nuestra dignidad de hijos enviando a su propio Hijo, quien nos dio la muestra más grandemente extraordinaria de ese amor: la cruz.