El poder salvador de Dios se manifiesta en todos los hombres
Las lecturas dominicales de hoy ponen de manifiesto la soberanía de Dios y su llamado universal de salvación a través de su Hijo Jesucristo.
En el relato de 2 Re 5, 1-27, que en parte retoma hoy la primera lectura, encontramos toda una serie de contrastes orientados a establecer la tesis de que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel (v.15), palabras pronunciadas por Nahamán, un oficial sirio que ha recibido un beneficio del Señor por medio de su profeta Eliseo. Uno de estos contrastes se refiere a la clase social de los protagonistas de la historia; Nahamán pertenece a la clase alta gobernante y goza del favor del rey. Cuando se entera, por medio de una esclava israelita de que podría ser sanado de su lepra (v. 3), el trámite se hace por vía diplomática, de rey a rey: el rey sirio solicita al rey de Israel la sanación para Nahamán (v. 5s). El narrador resalta con agudeza la reacción y la respuesta del rey de Israel, quien sospecha que el rey sirio busca un pretexto para atacarlo. Ahora sí, los ojos tienen que fijarse en alguien que no posee ni los títulos ni la importancia social y política del resto de actores, pero que sí posee el carácter de mediador entre Dios y el pueblo. Entre en escena Eliseo, quien poco a poco se va encumbrando, mientras los encumbrados van perdiendo altura. Es la manera como la corriente deuteronomista, responsable del Libro de Reyes, intuye e ilustra el problema de la universalidad de Dios y, por tanto, de sus soberanía absoluta.
Una de las recomendaciones que Pablo hace en su segunda carta dirigida a Timoteo, es que guarde y transmita fielmente la memoria de Jesús, que recibió de Pablo mismo. Siendo ésta la memoria de un crucificado, el sufrimiento que acompañará a sus seguidores tiene un valor evangélico. Así ha entendido Pablo siempre sus sufrimientos de apóstol y así interpreta ahora su prisión: Todo lo sufro por los elegidos de Dios, para que, por medio de Cristo Jesús, también ellos alcancen la salvación y la gloria eterna (v. 10). El Apóstol exhorta a su discípulo a tener esta memoria siempre delante de sus ojos: acuérdate de Jesucristo, resucitado de la muerte (v. 8), terminando con la cita de un bello poema en la que ve al creyente entrando en plena comunión con el misterio redentor de Cristo, tanto en su pasión como en su gloria.
En el Evangelio de hoy, Lucas nos presenta cuál debe ser la actitud del creyente respecto al modo antiguo de entender la Ley y el modo de acoger la novedad que Jesús está anunciado e instaurando. Aparentemente, la desproporción uno contra diez es exagerada, pero refleja el comportamiento que una falsa interpretación de la Ley, y por tanto de una falsa imagen de Dios, lleva a asumir al creyente. Los diez leprosos han recibido un mismo beneficio, pero sólo uno, aquel de quien menos se esperaba, reacciona conforme al reconocimiento de una acción gratuita, generosa y misericordiosa de Dios: un samaritano. Los otros nueve, que representan a la mayoría del pueblo de la elección, no son capaces de percibir en este signo la cercanía de Dios y por tanto no hay un gesto de alabanza y gratitud de parte de ellos, Dios sigue siendo alguien que sólo se limita a exigir el cumplimiento de la Ley.
De estos tres textos, dos de ellos hablan de la curación de la lepra, enfermedad por la cual en el pueblo judío se excluía y marginaba al enfermo. Pero además se debe notar que los sanados(Nahamán y el Samaritano) eran extranjeros, y por tanto ajenos a las promesas de salvación. No obstante estas circunstancias, Dios se mostró misericordioso con ellos devolviéndoles la salud. Quedando así de manifiesto la universalidad salvífica de Dios.
También hoy Dios nos sigue llamando a todos a ser salvados, a ser perdonados, continúa curando la lepra de nuestro pecado que debilita (no excluye) la gracia divina en el hombre. Este gesto de amor y misericordia por parte de Dios a todos los hombres nos debe mover a ser agradecidos y dar gloria a Dios.