Como nos recordaba el Papa Urbano IV en la bula Transiturus, el memorial de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo que se celebra todos los días, es el don más precioso de la cristiandad, pues por él, se hace vigente la promesa de Nuestro Señor, Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo, y así, diariamente se renueva su sacrificio y permanece con su pueblo, caminando con él y permaneciendo como memorial de nuestra redención, por el que salimos de la esclavitud del pecado, y con ello, el mismo Jesús se nos da como alimento, pues su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida (Jn 6, 55).
Mucho se cuestiona sobre la institución de esta Solemnidad en el jueves siguiente a la octava de Pentecostés; que si fue el milagro eucarístico de Bolsena, Italia (ocurrido a mediados del siglo XIII, algunos años antes de la Bula Transiturus); que si se trató de una revelación mística hecha a la monja cisterciense Santa Juliana de Mont Cornillón, etc. El caso es que en el 1264, un 11 de agosto, el papa Urbano IV, tuvo a bien instituir esta fiesta y es que, según los motivos que él mismo da en la referida bula, tratándose de una gran misterio, motivo de gran gozo, por el hecho de ser la presencia real de Jesucristo, y no pudiéndose celebrar el Jueves Santo, por los oficios propios de ese día (Santa Misa Crismal y Lavatorio de los pies), ordena que el jueves siguiente a la octava de Pentecostés se celebre en todas las Iglesia, como una ocasión especial y solemne en la que se le de culto al Sagrado Cuerpo y Sangre de Jesucristo, pues así como a los Santos se les honra un día especial en el calendario, esta fiesta debería tener importancia tal como Navidad, Pascua o Pentecostés.
Lejos de una simple devoción, la importancia de esta solemnidad reside en el hecho de que se celebra lo más sagrado de la cristiandad, el sancto sanctorum (Santo de los Santos), que Jesús, siendo Dios, viene, permanece, se hace humilde, se esconde en la figura de un pan. El Himno Eucarístico, escrito por Santo Tomás de Aquino, a propósito de esta fiesta, dice a propósito de esto: Te adoro con devoción Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
En esta fecha, pues, son válidas las manifestaciones de culto hacia el Sagrado Cuerpo de Cristo, como las procesiones, las bendiciones, los altares, etc. sin olvidar, que lo importante es el valor sacramental de la Eucaristía, pues es Jesús, el que nació en Belén, que anduvo por Galilea y Judea curando enfermos y sanando a los pecadores, el que fue crucificado en Jerusalén y que resucitó, ese Jesús, está todo completo en la Sagrada Hostia; y recordemos siempre, cada día es Corpus Christi, cuando se celebra la Santa Misa.
Por Fernando Daniel Quiñones Ortega
Primero de Filosofía