«Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»
Después de haber celebrado alegremente los días de Pascua y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, hoy centramos la vista, ponemos nuestros sentidos alerta y abrimos nuestro corazón para contemplar a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo: el misterio de la Santísima Trinidad. En este día la Palabra de Dios nos invita a recordar algunos puntos muy concretos e importantes para nuestra vida como cristianos:
- La vida del cristiano es una vida en la Trinidad
Puesto que nuestra existencia se desarrolla totalmente en su signo y su presencia, es decir, en la aurora de la vida fuimos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» y, al final, junto a nuestra cabecera, se recitarán las palabras: «Marcha, oh alma cristiana, de este mundo, en el Nombre de Dios, el Padre omnipotente que te ha creado, en el nombre de Jesucristo que te ha redimido, y en el nombre del Espíritu Santo que te santifica». Por lo tanto, la Trinidad no es algo remoto o algo irrelevante para la vida de todos los días, sino que desde el bautismo somos hijos del Padre, coherederos con Cristo y templos del Espíritu Santo.
- Vivir la Unidad
Confesamos que Dios es Uno como nos lo recuerda el libro del Deuteronomio: «Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios». Esta unidad en la vida Trinitaria es fundamental, pues creemos en Un Dios que es Trino, y aunque nuestra mente no alcance a comprender la grandeza de este misterio, lo que sí podemos es estar ciertos de que, mediante un acto de fe, podemos acercarnos a este Dios que se nos ha revelado y nutrirnos para la vida de cada día.
Y ya que la Trinidad no es algo irrelevante para la vida cotidiana, estamos llamados a vivir en la Unidad. En medio de tanta división, conflictos, diferencias de opinión, etc., el cristiano debe luchar por crear puentes, perdonar y pedir perdón. Así, en medio de tanto pluralismo y multiplicidad, estamos invitados a encontrar los puntos en común para ir al encuentro del hermano y juntos acercarnos a este Dios Uno y Trino.
Es el momento de dejar todo aquello que nos aleja, aísla y hace insensibles ante las necesidades del hermano, sobre todo el pecado. Por lo tanto, la primera tarea que encontramos es salir de nuestro egoísmo y descubrir que los demás son nuestros hermanos.
- Vivir el Amor
Todos hemos escuchado que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman de una manera tan maravillosa, tan profunda y tan suprema; y que este mismo amor lo ha llevado a revelarse y rescatar al ser humano de las garras del pecado. Así mismo, ese amor ha sido derramado en cada uno de nosotros para capacitarnos y movernos a amar con sinceridad y entrega total a Dios y a los hermanos.
Ya decíamos que estamos llamados a vivir en la Unidad, ahora se nos indica cómo hacerlo: con y en el amor. El amor es el único capaz de desterrar el odio, de superar los problemas, de perdonar y reconocer al “otro” como “mi hermano”; el amor nos permite salir de nosotros mismos y poner todo cuanto tenemos al servicio, para poder formar la Unidad en el Amor.
- Dios es cercano
Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, nos ha revelado con sus palabras y obras esto que es tan maravilloso: que Dios está con su pueblo.
Hoy, ante las desilusiones de la vida, las dificultades, la violencia, la muerte, muchos se preguntan ¿dónde está Dios? y se dejan vencer por el desánimo olvidando que Dios siempre está presente y que cada uno con nuestra vida estamos llamados a hacerlo presente en el aquí y en el ahora.
Así pues, ante la tentación de creer que Dios no escucha y querer bajar la vista, respondamos con un abrir los ojos y el corazón para escuchar la voz del Señor, la voz de este Dios que en su gran misericordia se nos ha manifestado, que hará eco diciendo: «Sepan que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
Por Miguel Neftalí López Esparza
Primero de Teología