Si Cristo no resucitó vana seria nuestra fe, dice san Pablo en su carta a los Corintios. Celebrar a los difuntos es celebrar la esperanza en la resurrección futura, es celebrar a un Dios que vive, que ha resucitado y esta sentado a la derecha del Padre, recordando que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Dice san Agustín al respecto de la muerte: «Cuando la muerte está yo no estoy y cuando yo estoy ella no está». Para todo ser humano la muerte es y seguirá siendo un misterio, la experimentamos al mirar a las personas cuando mueren, es una destrucción podríamos decir, pero para el hombre de fe la vida no se acaba, la vida se transforma, disuelta nuestra morada terrenal se nos prepara una mansión eterna en el cielo. Es a esto a lo que todo hombre debe de tender, buscar la patria del cielo.
Recordar a los difuntos, orar por ellos como lo enseña nuestra madre la Iglesia al mismo tiempo que pedimos por ellos nos orienta también a vivir la riqueza de la vida, ya que estar en el mundo es un paso para entrar a la vida que no se acaba. La muerte puede parecernos una completa destrucción, pero la muerte es uno de los momentos más importantes de nuestra vida, porque pareciera que nos separa de todos, pero en realidad nos une a todos, nos une tanto a la iglesia militante como a la triunfante, es una unión plena con todos en Cristo Jesús. La muerte nos hace vacilar en nuestra fe, pensamos que todo termina junto al sepulcro, recordemos que si el grano de trigo no muere queda infecundo, pero si muere produce mucho fruto, la muerte es un vivir para Cristo, ya que tanto en vida como en muerte somos del Señor por lo cual Cristo murió y resucitó, fue la primicia de la resurrección de entre los muertos. Decía san Teresa de Jesús: «Tan alta vida espero que muero porque no muero», para ella la muerte no era el final sino el principio de la vida. Dirá san Pablo: «Para mi la vida es Cristo y la muerte una ganancia», felices los que mueren en Cristo porque su recompensa los acompaña. No debemos tener miedo a la muerte debemos de decirle como san Francisco: «Bienvenida, hermana muerte», sin perder de vista que seguirá siendo un misterio que nuestra razón no alcanza a comprender pero que, si lo vemos desde la fe, entrará al corazón y esperaremos gozosos el día de nuestra muerte para encontrarnos cara a cara con Cristo y todos sus elegidos.
Juan Contreras Espinoza
Tercero de Teología
Ya lo dise el canto si el grano de trigo no muere solo quedara y si devemos de ver la muerte como ese paso definitivo para con DIOS felicidades hermanos seminaristas y DIOS le de fuerzas y mas fe para realizar sus propósitos… en hora buena