Comenzamos la tercera semana de Cuaresma, y las lecturas de hoy son un llamado constante a la conversión de sincero corazón.
En el Evangelio (Lc 13, 1-9), Jesús contesta ante uno de los más grandes mitos que han existido dentro de la comunidad religiosa, y que se ha recorrido hasta nuestros días: si las tragedias son un castigo de Dios, producto de su cólera en contra de nosotros por alguna acción mala de nuestra parte. Jesús sabiamente contesta que no es así, pues Dios ama infinitamente al hombre más pecador de igual manera que al más justo. Sin embargo, no debemos usar esto como justificación para holgazanear por la vida «confiando» en su misericordia, sin algún esfuerzo de propio.
Es por ello, que el Señor aprovecha a invitarnos a ser constantes en nuestro trabajo cotidiano para ser buenos y perfectos, como nuestro Padre es perfecto.
La parábola de la higuera que hoy nos presenta nuestro Maestro nos debe hacer conscientes de que Él siempre nos ofrece una oportunidad más para poder cambiar, para ser mejores, para ser felices junto a Él.
«Aflojar la tierra» significa que hemos de reconocer nuestra debilidad y optamos para que Dios haga en nosotros maravillas. Si disponemos completamente nuestro corazón, sin duda alguna, Dios podrá comunicarse al mundo a través de nosotros. Esta disposición es un esfuerzo personal y es un querer desenraizar de nuestra vida toda ocasión de pecado.
El «abono» son las herramientas que Dios nos otorga y que podemos aprovechar para ir mejorando en nuestra vida. Tales herramientas son la oración perseverante y los sacramentos que nos fortalecen en el camino, en especial el Pan bajado del cielo.
El «fruto» son todas nuestras buenas acciones guiadas por el Espíritu a favor de toda la comunidad, comenzando en nuestra familia. Podremos notar la presencia de Dios en medio de nosotros, cuando se viva, a pesar de las dificultades, en mutua armonía y aceptación de nuestras virtudes y defectos.
Siempre debemos estar atentos, pues el Reino de Dios está cerca, y al estar firmes en el Señor, tengamos cuidado de no caer, como bien nos exhorta el Apóstol (1 Cor 10, 1-6.10-12). Dejemos que el Alfarero nos moldee y haga de nosotros ejemplos vivos de sus dones, transmitidos a través de la paz y felicidad.
Luis Eduardo Olague Rodríguez
Tercero de Filosofía