El evangelio de San Mateo (11, 2-11) en este domingo nos presenta la escena en donde Juan, que está encarcelado, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús si es él quien había de venir. Jesús no les da una respuesta concreta, «sí» o «no», simplemente les responde que le digan a Juan: «Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra…». En la última parte de este evangelio Jesús se pone a hablar acerca de Juan.
El tercer domingo del Adviento es llamado el «Domingo de la alegría». En este día se anuncia de manera más explícita que Jesús viene a este mundo, que es Él el Mesías. Por eso nuestro corazón debe estar alegre. No es una alegría que se manifiesta simplemente con una sonrisa, sino una alegría que se encuentra en el corazón, que renueva y anima nuestra vida para seguir afrontando las situaciones adversas y difíciles.
En el mundo actual se nos ofrecen tantas «verdades» que podemos caer en una confusión de no saber qué es lo más viable para nuestra vida, para nuestra persona, de no saber qué debo hacer con nuestro cuerpo, es decir, podemos caer en un vacío existencial en donde ya nada llena nuestra vida. ¿Qué necesitamos entonces para vivir? Jesucristo es la novedad del mundo actual, su persona aún sigue siendo atractiva. La peor cárcel que podemos sufrir es encerrarnos en nosotros mismos, sin importarnos la vida de las demás personas, en especial los que más sufren.
Jesús sana, cura, limpia, siempre y cuando nosotros estemos dispuestos a tener un encuentro con Él. ¿De qué necesito ser sanado espiritualmente? ¿Cuál es la cura a mis problemas? ¿Tengo limpio mi corazón? Sin duda alguna que es Jesús el que obra maravillas en nuestra vida, siempre y cuando tengamos la apertura y disponibilidad para que Él tome las riendas de nuestra vida, para dejarnos moldear por su palabra, es decir, convertirnos a Dios de todo corazón. ¡No hay alegría sin conversión!
La misión de Juan el Bautista fue preparar el camino del Señor. De igual manera, preparemos nuestro corazón y el corazón de quienes están a nuestro alrededor, seamos valientes al momento de anunciar a Jesús con nuestro testimonio, no tengamos miedo de anunciar la Verdad. El Señor Jesús cada vez más está cerca, el acontecimiento de Belén debe ser para cada uno de los cristianos un acontecimiento que no solo se recuerda, sino que es decisivo en la vida de fe de cada uno de nosotros. Dios sigue actuando en el mundo, es Historia de Salvación que se prolonga en la Iglesia. La Iglesia somos los bautizados, por tanto, dejemos que Dios se manifieste en nuestras vidas para que los demás puedan experimentar la alegría que brota del encuentro con Dios y que ese gozo llene nuestras crisis existenciales.
Álvaro Salas Escobar
Seminarista de Segundo de Teología