Categories: Reflexión dominical Leave a comment

Mirando al cielo dijo: ‘¡Effetá!’, que quiere decir ‘¡ábrete!’ | Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

En este Domingo XXIII del tiempo ordinario, la Palabra de Dios llega de una manera directa a nuestro corazón y lo hace de una manera en la que nos hace reflexionar en nuestro ser de cristianos, en qué tanto nos dejamos guiar por su gran amor y por su misericordia.

Toda la liturgia de la Palabra del día de hoy nos da un ejemplo claro de compasión hacia nuestras limitaciones corporales y espirituales. Y más aún, Dios quiere que todo el hombre se salve y disfrute de los dones que le hacen feliz, por eso cuida solícitamente tanto del espíritu como del cuerpo de sus hijos que somos los hombres.

La primera lectura tomada del profeta Isaías (35, 4-7a) nos deja ver a un Dios que da vida, y que esta vida se ve reflejada muy directamente en la esperanza, en la confianza y en la seguridad de un Dios que está entre nosotros, que vive entre nosotros. Es un Dios cercano a su pueblo, que se traduce en un Dios fiel a sus promesas.

En la segunda lectura, tomada del apóstol Santiago (2,1-5), se nos invita a practicar lo que creemos. Todos, por el hecho de ser hijos de Dios, tenemos la responsabilidad y obligación de mostrar nuestra fe por medio de nuestro obrar. La indiferencia y la discriminación no son bien vistas en nuestra sociedad y mucho menos en nuestra comunidad de cristianos. Jesús con su venida ha destruido todo muro que nos separe los unos de los otros, pues él mismo lo dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, no importa si es pobre o si es rico, el darnos a nuestros hermanos sin condición o sin esperar algo cambio es la mejor forma de demostrar que Dios obra en nuestra vida.

El evangelio de Marcos (7, 31-37) nos narra la curación de un sordomudo y no solo eso, sino que nos hace pensar y profundizar en la oración de petición y en la compasión por nuestras limitaciones humanas. Centremos nuestra reflexión en tres puntos de este evangelio:

  1. “Elevó sus ojos al cielo”: elevar los ojos al cielo es signo de oración, de alabanza a Dios Padre. Jesús en este pasaje nos recalca su profunda relación con el Padre, es un diálogo que se establece entre Padre e Hijo, para después de esto poder decir “effetá”, es decir, ábrete, un effetá que nos muestra el poder divino de Jesús, que abre no solo los oídos y la lengua al hombre que se lo pide, sino que también abre su mente para que lo conozca y su corazón para que lo ame. No solo lo ha liberado de estas limitaciones corpóreas, sino que también lo ha hecho libre de las ataduras en las que viva solo en sí mismo.
  2. “Lo tocó”: el tocar de Jesús en los milagros y prodigios que realizaba, nos muestra a un Dios que se hace cercano a nuestra humanidad, que se hace humano para salvarnos y llevarnos a Dios Padre. El poder oír y el poder hablar son signo de que el hombre, ya tocado por el Señor, tiene la capacidad de oír la palabra de Dios y proclamarla, pues todo aquel que tiene un encuentro con el Señor Jesús, no puede callarse, sino todo lo contrario, da a conocer que el amor está vivo, que el amor asumió una condición humana y que aún esta entre nosotros.
  3. “Todo lo hace bien”: Asombrados por tal prodigio, todos decían: “Todo lo hace bien”. Y es cierto, pues siendo perfecto Jesús, sus acciones eran perfectas, tan perfectas que cargó en la cruz con nuestra imperfección, para perfeccionarnos con la entrega de sí mismo. No podemos dejar de ver que en la perfección de sus obras todos veían la autoridad y la potestad de su condición Divina, y la intervención divina de Dios Padre.

Dejemos que Dios abra nuestros corazones, que nos libere de toda atadura tanto corporal como espiritual. Que sintamos su gran amor en cada uno de los hermanos que nos rodean. Es grande la enseñanza que nos da la palabra de Dios en este domingo, es grande el compromiso que tenemos como hijos de Dios, pero es más grande la misericordia y la gracia de Dios, que nos ayudan a tomar fuerza para dar testimonio de fe, esperanza y de caridad ante el mundo que tanto necesita de Dios.

Ofrezcamos a Dios nuestros oídos para escuchar su palabra. Pidámosle que abra nuestra mente para comprender el mensaje que nos trae. Dejemos que suelte nuestra lengua para anunciarlo y llevarlo a todos los que necesitan de su amor; pero, sobre todo, que toque nuestro corazón para ser fieles testigos de su amor y de que Jesús no nos deja solos jamás.

Por Iván Rodríguez Mandujano

Tercero de Teología

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *