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¿Quién será grato a tus ojos, Señor? | Domingo XXII del Tiempo Ordinario

La novedad del mensaje que Jesús trajo al pueblo de Israel representa un parteaguas en la vida social, política y religiosa de su tiempo; tan es así que las palabras y los gestos de Jesús causan mucho desconcierto entre sus discípulos y el pueblo que lo seguía, y demasiados conflictos con los escribas y fariseos los cuales tenían una cosmovisión muy diferente acerca del proyecto de Reino que Dios tenia y que Jesús vino a hacer realidad.

El evangelio que nos presenta san Marcos en esta ocasión (7, 1-8.14-15.21-23) no es la excepción, los fariseos entran en conflicto con los discípulos de Jesús por violar una regla muy importante para ellos, comer con las manos sucias. Es el mismo Jesús quien sale en defensa de sus discípulos y, como es costumbre, cuestiona duramente a los que no están de acuerdo con Él; no los quiere atacar, sino que les quiere ayudar a que vean las cosas y las situaciones de manera diferente, para que puedan tomar el camino que lleva a la vida y no se sigan haciendo una religión a su medida.

A menudo, para evadir nuestro compromiso serio como bautizados, miembros de la Iglesia, tendemos a hacer una religión a nuestra medida. Por lo general, se pueden tomar dos posturas: hay quienes insisten por una religión vivida con rigorismo y legalidad, y hay quienes en nombre de una falsa libertad creen que pueden hacerse una religión a su manera. Es claro que estas dos posturas no nos traen ningún beneficio para tener realmente un encuentro personal con el Dios de Jesucristo.

Ahora bien, ¿cuál es la mejor manera de vivir nuestra relación con Dios? ¿Dios nos pide caminar junto a Él con un reglamento bajo la mano? No, Dios nos ha dado preceptos sabios y prudentes y nos pide no aumentar, ni quitar, sino simplemente guardarlos y cumplirlos con fidelidad. ¿Cuáles son esos mandatos?,  practicar la justicia, no calumniar al prójimo, decir la verdad, no aceptar soborno…. ¿De qué manera hoy lo podemos hacer realidad?, actuando con corazón limpio, sin malas intenciones.

Jesús no soñó un Reino triste, rígido, legalista, acartonado. A Él no le gusta la superficialidad, le molesta el mundo de las apariencias. Qué peligroso es cuando nos convertimos en cristianos así, como aquellos fariseos que no vivían una autentica relación con Dios y se creían poseedores de la verdad, que se atrevían a señalar a los demás con el dedo y lo que es aún peor, lo hacían en el nombre de Dios.

El modo de vivir auténticamente el seguimiento de Jesús se fragua en el interior, el modo en que Dios se mueve parte de la libertad y del amor que Él nos da como regalo y también de la manera en que nosotros lo vivimos de manera personal y con los demás. Que los preceptos humanos ya no sean un obstáculo que nos alejen de Dios, pidámosle a Dios que sane nuestro corazón, que nos haga un corazón a su medida, semejante al suyo; de manera que podamos vivir de una manera autentica que nos mueva a ser compasivos y libres, para poder reconocer lo que es bueno, justo y grato a los ojos de Dios.

Por Máximo Alejo Ramírez Rosales

Tercero de Teología

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