La vida que Jesús nos regala día con día, es una historia de amor. De seducción, de conquista. De dejarse abrazar incluso en los peores momentos. De dejarse mirar. No con los ojos, sino con el corazón. Es dejarse amar por Aquel que nos ha amado primero. Es dejarse tocar el alma y el corazón por aquella voz, de la cual provienen las palabras más dulces y verdaderas.
El amor de Jesús, es una fuerza que motiva al dinamismo, al no quedarse estático, sino a salir fuera de sí y contagiar de la alegría que provoca este encuentro amoroso, entre el amado y el amante, a todas las personas. Es una unión tan íntima que echa raíces en nuestro interior. Es una semilla que espera pronto germinar y dar fruto, un fruto abundante, capaz de saciar incluso a los corazones más hambrientos.
La voz del Señor Jesús, que cautiva y que seduce, es una invitación a decirle «sí». Sí, a su invitación a seguirle. Sí, a su exhortación de amar como Él ha amado. Sí, a dejarlo todo y no mirar a atrás. Sí, a un proyecto que supera nuestras fuerzas. Sí, al Reino de Dios en el cielo y en la tierra.
Esta actitud de abandonarse y de dejarse tocar por el buen Dios ha sido la virtud que distinguió peculiarmente a una pobre jovencilla de Nazaret que se dejó envolver por el Amor. Que hizo de su «hágase», el modelo perfecto del cumplimiento y plenitud de la caridad: sin temor, sin expectativas, sin reservas, sin visiones triunfalistas, sino movida solamente por una espiritualidad de humildad que la llevaba a vaciarse de sí misma para dejarse llenar por Dios.
La actitud de María, la gran Madre de Dios, fue una actitud de renuncia a sí misma para amar y dejarse amar. Con este signo, Dios la predestino para el cumplimiento de su obra salvífica. Este amor es la única fuerza capaz de renovar, de hacer nuevas las cosas y de impulsar nuestra actitud cristiana hacia una comunión plena con la Trinidad.
Tras la Jornada Mundial de la Juventud 2019 en Panamá, el Papa Francisco nos ha invitado a dejar que Dios renueve nuestros corazones, tomando como modelo el «Sí» de María. Como jóvenes, ante una sociedad aparentemente secularizada, estamos llamados a decirle también «Sí» al Señor, movidos en el amor. Y esto incluye abrazar nuestra vida. Una vida que no ha sido perfecta, sino que ha estado permeada con fragilidades, debilidades, errores y derrotas.
Decir «sí» como María, a nuestra propia historia de amor, es decir «sí» a ser instrumentos. ¡Dejémonos hacer por Cristo instrumentos suyos!
Por Juan Antonio Martínez Sánchez
Seminarista de Primero de Filosofía