La lectura, es sin duda alguna, una de las mejores habilidades que podemos ejercitar en nuestras vidas, sobre todo para la adquisición y enriquecimiento del conocimiento, ya que, por medio de ella, podemos adentrarnos en un mundo maravilloso a través de las grandes obras literarias y filosóficas. Una de estas vastas obras que tenemos en la literatura es ”Las confesiones de San Agustín”, la cual es de mucha ayuda para adentrarnos en el conocimiento, de manera particular en el ámbito filosófico, sin descartar que también nos ayuda en nuestro crecimiento espiritual, ya que es un libro que logra transmitir el pensamiento de su autor combinando tanto la fe y la razón, y que ambas son, como dijo san Juan Pablo II en su carta encíclica “Fides et Ratio” publicada en el año de 1998, “La fe y la razón son como las dos alas, con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad“. A continuación, quiero compartir un panorama general de esta excelente obra filosófica.
Las confesiones de San Agustín, no es una narración autobiográfica, más bien se trata de una obra dentro de la cual, su autor nos comparte el sentir de su alma y de su corazón, del cómo llevó, en un inicio, una vida cautivada por los placeres y las seducciones que el mundo le ofrecía, y de cómo él, incansablemente, estaba en búsqueda del reconocimiento y la vanagloria como gran orador. Asimismo nos revela su intensa búsqueda, a lo largo de los años, del conocimiento y sobre todo de la verdad, pero que, a pesar de los esfuerzos y caminos que tomó, ninguno de ellos le llenaban plenamente, parecía estéril todo su itinerario sintiéndose vacío e insatisfecho; sin embargo, Agustín revela que fue la misma Verdad la que se le reveló, narrándolo de una manera sencilla pero verdaderamente cautivadora: ”¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!, y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando…tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo”.
Esta sensación que por largo tiempo invadía a San Agustín, pudiera ser el mismo sentimiento que tenía su madre Mónica, con respecto a la vida que su hijo llevaba, pues vivía envuelto en las seducciones de la concupiscencia, por lo que ella, movida por su fe, elevaba sus plegarias y ofrecía su llanto a Dios intercediendo por la conversión de su querido hijo: “mi madre, fiel sierva tuya, lloraba en tu presencia mucho más que las demás madres suelen llorar la muerte corporal de sus hijos, porque veía ella mi muerte con la fe y espíritu que había recibido de ti. Y tú la escuchaste Señor, y no despreciaste sus lágrimas” relata así el obispo de Hipona. Esta plegaria, por lo que se ve, fue atendida favorablemente, pues Agustín en su gusto por la oratoria y el afán de conocimiento centrado en la razón que ignoraba a la fe, y en una concepción maniquea de la realidad, se dio cuenta de su error, y logró gradualmente, con la gracia de Dios caer en la cuenta de la presencia permanente de la presencia divina a lo largo de toda su vida, comenzando a recordar con honestidad las fechorías cometidas: ”Quiero recordar mis pasadas fealdades y las carnales inmundicias de mi alma” con las cuales él, sin darse cuenta, ofendía a Dios, y a pesar de estas ofensas, logró comprender en cada acción y en cada momento, cómo Él le estuvo hablando y acompañando en su búsqueda incansable de la Verdad: “Te amaré Señor, y te daré gracias y confesaré tu nombre por haberme perdonado tantas y tan nefandas acciones mías”.
Consciente del amor de Dios, decide convertirse al catolicismo y abrazar por fin la fe que su madre profesaba. A partir de su conversión, comienza a escribir una serie de obras. Derivado del conocimiento, como de su fe y ayudado de la razón, esta obra “Las confesiones”, podemos disfrutarla como un testimonio real de conversión; esto no los explica el mismo San Agustín en las siguientes líneas “¿a quién cuento yo esto?, No ciertamente a ti, Dios mío, si no en tu presencia cuento estas cosas a los de mi linaje, el género humano,… para que yo y quien lo leyere pensemos de que abismo tan profundo hemos de clamar a ti ”, el objetivo que siempre obró en San Agustín, no era otro sino el de glorificar a Dios y su misericordia “permíteme que hable en presencia de tu misericordia”, “por amor de tu amor hago esto, recorriendo con la memoria, llena de amargura, aquellos mis caminos perversísimos”, “recibe Señor, el sacrificio de mis confesiones de la mano de mi lengua, que tú formaste y moviste para que confesase tu nombre”.
San Agustín, a partir de su conversión comienza a contemplar la vida de una manera tal, que fue capaz de contemplar la acción de Dios en todas las cosas; por medio de la fe pudo comprender la creación de Dios de tal modo que vislumbraba la belleza y la bondad que había a su alrededor y contemplando a Dios como su Creador “yo te invoco, Dios mío, misericordia mía, que me criaste y no olvidaste al que se olvidó de ti… porque antes de que yo fuese ya existías tú… sin embargo, he aquí que existo por tu bondad” así plasmaba el Santo de Hipona en su obra.
Este panorama general que acabo de presentar, solo es una breve mención del gran contenido que esta obra posee por sí misma, y que al ir avanzando en la lectura, me hacía también reflexionar y redescubrir esas veces en las que mi razón a simple análisis, no lograba comprender la presencia de Dios en mi vida y que solo la fe podía percibir, es fácil el cometer errores, dejarnos seducir por los deleites del placer y al mismo tiempo pareciera imposible escapar de ellos, pero San Agustín, nos muestra claramente que se puede lograr, y que como él, se puede contemplar la Verdad y permanecer en ella. Por esta razón quiero recomendar a quien ha leído estas líneas, que se den la oportunidad de leer esta maravillosa obra y que al igual que a mí, le sea de gran ayuda y enriquecimiento en su conocimiento y en su vida espiritual.
Gerardo Landeros Morales
Segundo año etapa discipular