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Amemos y dejémonos amar por Dios | V Dom. de Pascua

“Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros”

La novedad del cristianismo, a la que está invitado todo creyente, se rescata en el Evangelio que escuchamos este domingo (Jn 13, 31-33.34-35). Sin embargo, para comprenderlo, es necesario tenerlo presente en su contexto de despedida. Una despedida que solamente es física y en cierto modo temporal.

La escena que presenta es un acto conmovedor de verdadero amor y esperanza en el que Jesús, demostrando su infatigable deseo de consolidar una comunidad de discípulos que son capaces de unirse en la caridad y ser uno, quiere compartir su última cena, para después realizar de modo admirable la voluntad del Padre, que es entregarse en la Cruz por los hombres.

El mandato de Jesús, de amarse mutuamente, se renueva y se convierte en una invitación cercana y dinámica que lleva a todos a imitar su comportamiento: amar como Él nos ha amado.

Un amor que solamente llega a plenitud a través de la donación de la vida, que se entrega no como una imposición o una obligación, sino como una ofrenda al servicio del prójimo. Una entrega que es creíble solamente a través del testimonio, pues «sólo el Amor es digno de Fe» (Hans Urs von Balthasar) y cuya motivación es la mano del Padre que tiende sobre nuestras vidas y nos muestra su rostro misericordioso lleno de bondad.

Experimentar el amor de Jesús es vivir ordinariamente la alegría del encuentro que se hace personal con Aquel que nos ha amado primero. Los discípulos debemos imitar el comportamiento del Maestro, sólo así seremos capaces de llevar una vida íntegra fundada en la caridad.

Los seguidores de Jesús debemos de distinguirnos por estar en plena comunión y vivir un espíritu de verdadera fraternidad, revestidos siempre con la vestidura del amor. Nuestro testimonio ha de ser un ejemplo para todos, tanto que los demás puedan afirmar, como lo hacían los paganos ante las primeras comunidades cristianas: «¡Miren como se aman!».

Sólo así seremos reconocidos como discípulos de Jesús, como hombres y mujeres que aman y sirven a los demás; que se dejan interpelar por la fuerza vitalizadora del Padre que nos mueve a darnos a todos, que es capaz de transformar nuestras vidas y llevarlas por caminos inimaginables. ¡Amemos y dejémonos amar por Dios!

Juan Antonio Martínez Sánchez

Seminarista de primero de Filosofía

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