Al terminar estas fechas de Navidad, tan importantes no solo para creyentes, sino también para los no creyentes, pareciera que comenzamos a apagar las luces, pero, al contrario, después de haber celebrado la Epifanía del Señor, Dios mismo nos vuelve a regalar otra manifestación de su amor y misericordia hacia nosotros y nos regala otra luz.
En este domingo en que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre nuestro propio bautismo, esa gracia que nos introduce a la gran familia de los hijos de Dios y de Iglesia. Una voz clama en el desierto invitándonos a enderezar nuestra vida y nuestro caminar de cada día para que así sea revelada la gloria del Señor y todos podamos verla; con el bautismo todos estamos llamados a ser mensajeros de buenas nuevas, a anunciar la alegría, la esperanza y la misericordia que Dios nos regala; ser mensajeros del amor de Dios aun cuando nos encontremos en nuestros propios desiertos y con nuestras limitaciones, pues el bautismo ha de ser el trofeo que antecede a todo cristiano. (Is 40,1-5. 9-11)
El bautismo nos incorpora a formar parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia, por eso somos invitados a dejar de ser hombres sin religión y más aún dejar de ser hombres sin amor. El bautismo es un don que Dios nos otorga a todos, no es algo exclusivo de algunos cuantos, por eso nos redime de todo pecado y nuestra misión deberá ser el practicar el bien ayudados siempre con el Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Tit 2,11-14; 3,4-7)
Jesús se ha manifestado, pero Él también nos pide que nuestro bautismo sea manifestado, con esta gracia obtenemos un sinfín de dones, virtudes, cualidades, etc. y al mismo tiempo adquirimos un compromiso muy grande, pues no solo debemos quedar registrados en un archivo parroquial, sino hacer registro de nuestro bautismo en la caridad y en mi responsabilidad como cristiano pues este sacramento no es un mero rito social o convencional, sino que es el sacramento que me debe motivar a profesar la fe que otros me han regalado y de la que ahora yo debo ser el protagonista de mi vida cristiana.
La prueba de que he recibido el bautismo no debe figurar en un mero documento o acta, la prueba de mi bautismo debe estar siempre en mi servicio, en mi entrega a los demás; ser un bautizado con cualidad y con calidad. Hemos recibido la mezcla perfecta, el mismo Juan el Bautista nos lo dijo: “Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”. (Lc 3,15-16. 21-22) por eso el bautismo es para toda la vida y nos hace ser bautizados de tiempo de completo y no a medias, pues debemos dar/ser testimonio del gran amor que Dios ha tenido hacia nosotros, conservar la pureza de nuestro corazón para que al atardecer de nuestra vida escuchemos también esa voz: “Tu eres mi hijo, el predilecto, en ti me complazco”.
José Manuel Alvarado González
Año de inserción pastoral