La Palabra de este domingo nos habla acerca del llamado que hace Dios a cada hombre. En la primera lectura encontramos la vocación de Elías, a quien Eliseo unge para ser el profeta que lo suceda, y en el Evangelio a tres jóvenes que experimentan el llamado de Jesús. Así también cada uno de nosotros, según nuestro contexto, somos llamados tanto a una vocación específica como a una vocación universal: la santidad.
Eliseo supo reconocer lo que Dios había hecho con él y dejó todo para servirlo, mientras que de los jóvenes del Evangelio no se sabe un final concreto. El llamado que Dios nos hace consiste no solo en reconocer lo que Dios ha hecho en nosotros, sino en responder con todas nuestras capacidades, pues como dice san Pablo: «Su vocación, hermanos, es la libertad». El Señor llama, pero cada uno de nosotros responde, siempre desde la libertad, pues esto es lo que ha hecho el Señor con cada uno de nosotros, liberarnos de la esclavitud del pecado.
Responder a nuestra vocación implica todas las dimensiones de nuestra vida, requiere una respuesta radical, capaz de abandonar comodidades, familia, amigos, etc. Es necesario saber que «el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» y al mismo tiempo que la casa de todo hermano es también mi casa, un lugar para reclinarse; que no puedo «ir primero a enterrar a mi padre», porque tenemos la confianza que Cristo ha vencido la muerte; que no puedo «primero despedirme de mi familia», porque la Iglesia es también mi familia, una más grande, unida en el amor de Cristo.
No sabemos si los tres jóvenes del evangelio fueron tras los pasos de Jesús pero, ¿tú eres capaz de responder? La vida diaria nos presenta cuestiones que también requieren una respuesta diaria. Deja que los muertos entierren a los muertos, pon las manos en el arado sin mirar atrás, no busques lugares cómodos para reclinar la cabeza. Todas estas necesidades no son obstáculo cuando vas tras Jesús, porque en el mismo Jesús encuentras todo.
por Gabriel García de Loera
Tercero de teología