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Déjate sanar por Jesús | XXVIII Dom. Ord.

Como seres humanos podemos enfrentarnos con una infinidad de enfermedades que se pueden desarrollar en nuestras personas, y que, en ocasiones son leves, pero en otras son más graves.

Pero en esta infinidad de enfermedades nos encontramos con dos tipos, las que van enfocadas a nuestro cuerpo y las que afectan a nuestra alma (vida espiritual)

El evangelio del día de hoy (Lc 17, 11-19) nos deja ver en Jesús ese rostro amoroso y misericordioso que tiene hacia cada uno de nosotros sin importar cual sea nuestra condición social. Cabe preguntarnos cuántas ocasiones nosotros hemos tomado como propias estas palabras de los leprosos, donde sentimos la necesidad de recurrir al médico de almas y aclamar diciendo: «¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!».

Por lo tanto, es necesario que realicemos una introspección muy detallada de nosotros y observemos: ¿de que estoy enfermo?, ¿cuál es el tipo de enfermedad que me está dañando y no me deja realizar las actividades cotidianas de mi vida ordinaria?, ¿cuál es esa enfermedad de la cual necesito ser curado por Jesús, médico de alma y cuerpo?

Pero no solo hay que enfocarnos en las enfermedades corporales sino también en las espirituales que son las que me impiden ver con claridad el rostro amoroso y misericordioso de Dios, es de cuestionarnos cómo estoy con respecto a la humildad, amor al prójimo y, más que nada, la ceguera espiritual.

Jesús nos invita a dejarnos curar por él, médico de alma y cuerpo; que realmente la Palabra de Dios que meditamos hoy impregne en lo más íntimo de nuestras personas, dejando que la gracia santificadora de Dios haga efecto en nosotros, y nos cure de toda enfermedad que día a día podemos ir incrementando sin darnos cuenta.

No tengamos una cerrazón donde se deje ver esa mentalidad prejuiciosa como el pueblo que se nos narra en el evangelio de que por el simple hecho de contraer una enfermedad contagiosa se sentían con la autoridad de excluir y discriminar a las personas de su pueblo, familia y amigos.

Pero a la vez que somos curados es necesario dar gracias a Dios por la gracia recibida, que es la clave primordial de la vida cristiana, donde se refleja nuestra relación con Dios, con Jesús y nuestros hermanos.

De la fe brota todo agradecimiento y es ahí donde el Evangelio y Dios mismo se convierten en la fuente de nuestra salvación, pero también se deja entre ver la fe incompleta para 9 de los 10 leprosos curados que no regresan a Jesús, por lo tanto, tomemos el ejemplo de este único leproso que regresa a darle gracias a Dios, y no tomemos la actitud del resto de los leprosos que al verse curados se olvidan de Dios y no vuelven a él.

Marco Antonio López Mojarro

Seminarista de primero de Teología

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