En este XVIII domingo del tiempo ordinario, la liturgia de la palabra nos presenta que el sentido de la vida del hombre no se reduce a la abundancia de los bienes materiales que el mundo pueda ofrecer para su posesión.
El evangelio según San Lucas (12, 13-21) narra la parábola del insensato, o bien, la parábola contra la ambición. En la actualidad, Jesús nos sigue exhortando a evitar toda clase de avaricia y a confiar plenamente en Dios, ya que, si buscamos su Reino, lo demás se nos dará por añadidura. En nuestro entorno social, ¿cuántas personas conocemos que únicamente se preocupan por almacenar bienes materiales? Seguramente que una gran cantidad de conocidos, amigos y familiares; si tú te encuentras entre estas personas, el día de hoy Jesús te invita a que acumules bienes eternos, donde no llega ni el ladrón ni la polilla.
Lo material es importante para nuestras necesidades físicas, mas no es indispensable para nuestras necesidades del alma. Cuando estás poniendo tu corazón y confianza en los bienes materiales, estás alejando tu corazón de los bienes eternos, que es lo contrario del discípulo de Jesús cuya seguridad la deposita en el amor del Padre y del prójimo. Cuando nos empeñamos en acumular gran cantidad de riquezas, no sabemos si en el futuro las podremos disfrutar; en cambio, acumular riquezas que valen ante los ojos de Dios, esas nada nos las arrebatara.
¿Quién ha podido llevarse sus riquezas al morir? ¿Quién ha podido salvarse de la muerte gracias al dinero? Por supuesto que nadie, ya que la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea, sino que la vida es un don gratuito de Dios, es una oportunidad para ser feliz y hacer felices a los que nos rodean. No tiene sentido afanarse por las riquezas: un buen cristiano debe buscar ante todo el Reino de Dios.
«Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia»
Algunas familias, después de la muerte de un familiar, esperan una herencia material: ¿Por qué no mejor buscan una herencia espiritual?, ya que después de la muerte lo único que nos podemos llevar y podemos también dejar como herencia son los actos de amor y de misericordia que hicimos en esta vida de mortales. Pidamos pues al Espíritu Santo que nos aleje de la necedad de afanarnos por las riquezas materiales antes que por el Reino de los cielos.
José Pérez Fraire
Seminarista en año de inserción pastoral