Hoy inicia la celebración anual más importante para la fe: la Pascua de Jesús, el Hijo de Dios y salvador nuestro. En su pasión, se realiza la voluntad del Padre; voluntad de salvación, que debe cumplirse a precio de la entrega total de su vida; entrega que hizo en todo momento desde el principio de su vida, y que llega a plenitud en la entrega de su vida en la Cruz.
Esta entrega generosa de la vida de Jesús no debe pasar desapercibida de parte de nosotros, los creyentes, porque no sólo significa el precio de nuestra salvación, sino el protagonismo que Jesús mismo se apropió en la misión salvadora. Precisamente por eso celebramos con signos solemnes como la procesión de ramos, en la que acompañamos a nuestro Redentor en este inicio de la semana santa, y junto con ello, la lectura solemne de su pasión y muerte. Con la entrega total de su existencia (tiempo, energía, palabras, pensamientos… todo su ser) el plan de Dios se ha realizado, y su redención se ha hecho realidad.
Es en esta actitud valiente y generosa de Jesús, que lo hace actor principal de la obra salvadora, donde tratamos de alimentar nuestro espíritu como Iglesia. Zacatecas ha escuchado la voz del Espíritu, que sigue dirigiendo e inspirando a la Iglesia a seguir el camino de salvación, hasta el punto de querer renovar en todos los creyentes del Pueblo de Dios el deseo de ser protagonistas de la salvación que se sigue realizando hoy en día, en nuestros pueblos. Dios sigue deseando que la salvación y su Reino lleguen a nuestro mundo actual, a nuestra realidad más cercana, pero sin protagonistas ni «operarios de la mies», seguirá siendo sólo una voluntad divina, que no llega a realizarse.
Efectivamente, aunque nuestra redención la realizó Jesús hace ya casi dos mil años, sigue siendo actual y eficaz; Dios sigue redimiendo nuestra vida, nuestra historia personal, nuestra realidad. Tu vida, la vida de los que te rodean, tu historia y tu pueblo, pueden y deben ser redimidos. Dios sigue actuando la salvación. Los valores de la redención, como la justicia, la caridad, la cercanía, la misericordia, el perdón, el progreso social… siguen siendo valores que Dios quiere instaurar en el mundo, en tu pueblo y en tu Iglesia. Pero, así como sucedió en Jerusalén, en aquel tiempo, la redención no se realiza por sí sola, necesita de la actuación y participación del Hijo de Dios, que haga realidad esa voluntad de Dios Padre, sigue siendo sucediendo ahora. Para que llegue el Reino de Dios y su salvación, se sigue necesitando la actuación de los hijos de Dios, que actúan en el Hijo, con su Espíritu, en su nombre.
Sin Jesús, sin su entrega generosa, sin sus palabras de verdad y sabiduría, sin sus actos concretos de generosidad y misericordia, la redención nunca se hubiera realizado. Era necesario que él fuera el gran protagonista de la salvación, para que ese deseo de salvación del Padre llegara a la realización y plenitud.
El Papa Francisco, en la audiencia general del 15 de enero del 2014, dijo: «Todos los bautizados estamos llamados a vivir y transmitir la comunión con la Trinidad […] ninguno se salva solo», y con razón. Sabemos que, por el bautismo, llegamos a ser hijos adoptivos de Dios, en la medida en que participamos de la vida y Espíritu del mismísimo Hijo de Dios, Jesús el Cristo. Es por la participación de esta vida que también adquirimos en cierto grado y manera, la misión que él mismo tiene: salvar a la humanidad. Por el bautismo nos hacemos miembros del cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios. Somos un pueblo en camino, peregrino y militante, que no descansa ahora. Por esto, vivir y realizar la obra salvadora, en comunión con Cristo y todo su cuerpo místico, es una exigencia de todo bautizado.
Esto es lo que hoy recordamos con alegría y gozo. Alabamos y acompañamos a Jesús en su entrada a Jerusalén, donde entregará la totalidad de su vida por amor, y para que nosotros podamos ver el extremo al que Dios está dispuesto a llegar por salvarnos. Busquemos durante esta semana, pues, no únicamente la vivencia litúrgica de nuestra salvación, sino que busquemos, sobre todo en este año, seguir sus pasos, ser protagonistas con él, de la salvación, que debe llegar a todas partes en todo tiempo.