Hermanos, hoy estamos ya en el XV Domingo del Tiempo Ordinario, y la palabra que se nos dirige en este día, particularmente el Evangelio (Lc 10, 25-37) nos coloca ante una realidad fundamental del ser humano, y a la vez nos interpela como cristianos respecto a la esencia de nuestra fe.
En este texto encontramos el episodio en el que un maestro de la Ley le pregunta a Jesús sobre lo que se tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Esta pregunta está presente en todos los hombres de todos los tiempos, pues nuestra misma vida, la humana, reclama desde lo más profundo el permanecer en la existencia, y cuando ésta se ve en peligro, busca por todos los medios el protegerla. Incluso cuando la muerte se le presenta a la persona como inevitable, se puede llegar a aceptar, pero no por eso la vida deja de concebirse como un bien del que se es privado.
La respuesta no la da Jesús, sino que cuestiona al legista para que él mismo llegue a la solución: «»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida»». El amor en sí mismo es un impulso hacia la eternidad, pues es lo único capaz de trascender la muerte y llegar más allá de ésta vida, hasta la vida eterna. Experimentamos esto con nuestros familiares y amigos que han muerto, pues no por eso dejamos de amarlos, no se puede amar lo que no existe, y por la fe sabemos que la muerte es un paso a la verdadera vida. Los seguiremos amando hasta la vida eterna, y un día todos nos amaremos en Dios por toda la eternidad, esa es la esperanza cristiana.
La inclinación natural humana a vivir y amar la vida viene a ser respaldada y elevada por la enseñanza de Jesús, pues el amor humano encuentra su origen y meta en Dios, a quien se debe amar por encima de todo. Y la concretización y efectividad del amor a Dios no se realiza verdaderamente sino en el amor al prójimo, que debe ser como a uno mismo, así nos lo enseña hoy el buen samaritano. Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de tener un amor capaz de impulsar toda nuestra vida a través del prójimo y que llegue hasta la vida eterna.
Por Ricardo Herrera Alvarado
Seminarista de 4° de Teología