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Por nuestros frutos nos conocerán | XXVII Dom. Ord.

Queridos hermanos, el mensaje que la Palabra de Dios hoy nos comparte gira en torno a la fe (Lc 17, 5-10). Si observamos detenidamente el Evangelio, comienza con esta petición por parte de los apóstoles: «Auméntanos la fe», y no con una petición de complacencia de alimentos, riquezas, etc. Y la respuesta de Jesús tendería a mal interpretarse como un reclamo, «si tuvieran fe como un grano de mostaza», pero va más bien por un sentido de fecundidad. Sabemos que una semilla de estas es de las más pequeñas, pero su fruto son unas plantas frondosas, igual se hace la analogía del grano con la construcción del Reino de los cielos. Primero fue Jesús (representando el grano) enseguida llamó a dos hermanos: Pedro y Andrés; continuando su camino llamó a otros dos hermanos, Santiago y Juan; y continuamente uno a uno, y esto fue un comienzo pequeño como el grano de mostaza que con el paso del tiempo ha ido creciendo y dando frutos hasta la actualidad; es por ello que la fe es como una pequeña semilla de mostaza, pero con frutos enormes.

Cuando Dios hace algo comienza por lo pequeño, lo más significativo es que no se queda ahí, sino que trasciende hasta llegar a convertirse en un gran bien para el hombre. El Reino de Dios es una realidad pequeña a los ojos de los hombres y aparentemente irrelevante. El único requisito para entrar es la pobreza del corazón; no confiar en las propias fuerzas, sino poner al frente el amor de Dios; no aparentar para recibir reconocimientos del mundo, sino luchar para entrar por la simplicidad y humildad en el Reino de Dios. La fe es como una puerta sin candado para todo el que busca a Dios y si queremos entrar debemos acercarnos a Él y no endurecer el corazón siendo sordos a su voz sino tomarla como miel en nuestro paladar (dulce); y es por ello que San Pablo (2 Tim 1, 6-8.13-14) nos anima a tener un espíritu de fortaleza para guardar este tesoro de la fe con la ayuda del Espíritu Santo, sabiendo que, como dice el libro del Principito: «Lo esencial es invisible a los ojos», teniendo en cuenta que la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve y la garantía de la promesa (cf. Heb 11, 1).

Termino haciendo mención de lo ya escuchado: «No somos más que siervos que solo hacemos lo que tenemos que hacer» y el Reino de Dios pide nuestra colaboración, recordemos que por nuestros frutos nos conocerán.

Diego Emmanuel Caldera Cázares

Seminarista de Primero de Teología

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