Las lecturas que hoy escuchamos en la liturgia de la Misa de este IV Domingo de Adviento hacen referencia a un hecho muy importante para nuestra fe y nuestra vida cristiana: las señales.
La humanidad, desde que se tienen vestigios de su existencia, ha utilizado señales para comunicarse, relacionarse y desarrollarse. Hoy en día usamos señales para muchas cosas, por ejemplo, los señalamientos de tránsito que nos ayudan para llegar en orden a donde necesitamos ir, los señalamientos de los espacios de esparcimiento, que nos indican las entradas, salidas, puntos de emergencia, etc. y otros muchos más. Así también Dios mismo ha querido usar las señales para comunicarse con nosotros. En la primera lectura de Isaías (7, 10-14) encontramos una señal que Dios da al pueblo de Israel y que, cuando llegue a su cumplimiento, librará al pueblo de la esclavitud: «Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros». Ahora sabemos que ese texto hace referencia a María, y a su hijo Jesús. Pero en el momento que Isaías lo escribió (siete siglos antes del nacimiento de Jesús) era confuso y no estaba muy claro para el pueblo de Israel lo que Dios les quería decir.
En nuestros tiempos todavía Dios sigue usando señales para indicarnos su voluntad y el camino que debemos seguir para poder llegar a la felicidad y a la plenitud. A veces esas señales de Dios son muy claras y fáciles de cumplir, pero en otras ocasiones son muy confusas y es mucho el tiempo que tenemos que invertir en reflexión y oración para poder descubrir qué es lo que Dios nos pide.
Así le sucedió a San José, en el evangelio de hoy (Mt 1, 18-24). Estaba en una encrucijada. Su prometida, María, había resultado embarazada y no se explicaba cómo había sucedido, pues aún no vivían juntos. José, pensando y reflexionando todo esto, había decidido echar atrás la boda y terminar con el próximo matrimonio. En medio de eso Dios le envió una señal a través de un sueño: un ángel le revela que el niño que lleva María en su seno es hijo de Dios y ha sido concebido por obra del Espíritu Santo. Así, despertando de aquél sueño, José comprende que lo que estaba sucediendo es por voluntad de Dios, y todas aquellas dudas que habían surgido quedan clarificadas. Suena muy sencillo, pero en realidad tiene sus complicaciones y lleva todo un proceso.
¿Cómo descubrimos nosotros las señales de Dios? ¿Cómo sabemos si una señal viene o no de Dios? o ¿Qué es lo que Dios me quiere decir a través de esta señal? La respuesta la encontramos en las actitudes de San José. Él era un hombre de fe, que esperaba en Dios y cumplía su voluntad, que ante la duda entraba en un ambiente de oración y reflexión, y pedía a Dios que le hiciera elegir lo mejor para cumplir su voluntad y llegar a la felicidad plena. Dios se le manifestó a San José para que aceptara ser padre adoptivo de su Hijo.
También a nosotros Dios se nos va manifestando en cada instante y momento de nuestra vida, y usa algunas señales que pudieran parecer insignificantes: unas palabras, algunos buenos pensamientos, la presencia de alguna persona especial, etc. Muchos creen que Dios se manifiesta de maneras extraordinarias y espectaculares, pero no. Dios siempre usa lo sencillo para darnos a conocer lo que quiere de nosotros. A José se le manifestó en un simple sueño.
A ti, ¿dónde y cómo se te manifiesta Dios?
Diego Ramón Camarillo Díaz
Seminarista de Tercero de Teología