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DOMINGO III DE CUARESMA

“Mi alma tiene sed de ti, Señor” (Sal 62,2)

Avanzamos en nuestro itinerario cuaresmal, guiados por la fe, la esperanza y el amor, ofreciéndole al Señor todo cuanto somos y tenemos, nuestras buenas obras y también reconociendo nuestras limitaciones, para que a través del ayuno, la oración y las obras de caridad, nos purifiquemos y lleguemos con un corazón limpio a celebrar las próximas fiestas pascuales.

La cuaresma es un camino de purificación que nos conduce a la pascua. En este caminar, la Palabra de Dios nos acompaña para darnos fuerza y resistir la asechanzas del enemigo (primer domingo); las fuerzas se debilitan, sentimos necesidad de encontrar un lugar de paz y de tranquilidad para reparar nuestras fuerzas y hacer oración, la montaña sagrada (segundo domingo); pero hay que descender y seguir caminando. Durante este trayecto sentimos sed, la sed de todo hombre, no solamente la sed física, sino sed existencial, que dé sentido a nuestra vida, a nuestro mismo caminar, para que no corramos el peligro, como los indigentes que vagan por las carreteras y autopistas de nuestras ciudades modernas, sin saber ni de dónde vienen, ni hacia dónde se dirigen sus pasos. 

La Palabra de Dios, en este domingo, tanto en la primera lectura como en el evangelio, nos presenta el simbolismo del agua. La primera lectura tomada del libro del Éxodo, nos presenta al pueblo que, una vez salido de Egipto tiene que vagar en el desierto 40 años para purificarse, pueblo sediento que murmura contra Moisés. Hambre y sed son dos realidades en el desierto que sólo pueden cruzar por la fe, para llegar a la tierra prometida. El pueblo desconfía de Dios y duda de que Moisés sea el hombre elegido para salvarlo, por eso los nombres, Masá y Meribá. De allí la pregunta, “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” 

En el evangelio, Jesús dialoga con una mujer de Samaría, a la cual le pide agua junto a un pozo, en este diálogo y atendiendo a esta parte del evangelio que se denomina libros de los signos, el evangelista Juan habla de dos planos distintos: la samaritana entiende las palabras en sentido literal. Jesús, en cambio, aunque le pide agua para beber, en ese momento le ofrece a cambio un agua espiritual; le ofrece agua de otra naturaleza, trascendente, que vas más allá de toda comprensión material. Al principio Jesús aparece sobre el fondo patriarcal, dador de un don tan precioso tan precioso para los patriarcas. Segundo, Jesús es un profeta; tercero, Jesús es el mesías que también los samaritanos esperan; cuarto, es el salvador del mundo, en la confesión de los samaritanos.

El relato salta del simbolismo del agua al relato matrimonial, cambia el tema; del pozo del agua al matrimonio, el Antiguo Testamento nos encamina por la vía del simbolismo. La mujer samaritana es como es como la samaría personificada en Os 2: infiel al marido Yhwh, entregada a los ídolos amantes, pervirtiendo el culto, amenazada de morir de sed; pero cortejada a solas por Yhwh,  reconciliada, de modo que comienza un ciclo agrario y la fecundidad de la mujer.  

El hecho de atravesar samaría también está cargado de simbolismo, desde la conquista y deportación, samaría ha sido vista con hostilidad y desprecio por parte de los judíos y ella ha correspondido con hostilidad, pero Jesús tiene una misión en samaría.

El dialogo va a ser un juego de pedir y rehusar, ofrecer y pedir; como peldaños para subir y saltar al plano superior del “don de Dios”. El alejamiento de los discípulos deja solos a la mujer y al hombre. Con delicada discreción nos hace Juan entrever el plano simbólico del amor. Junto a pozos suceden los encuentros de Rebeca, Raquel, Séfora (Gn 24; 29; Ex 2,15-22); la esposa es un pozo (Prov 5,15-18).

De igual forma, cada acción que realizamos durante la cuaresma, tales como el ayuno, la abstinencia, la limosna, la oración, si lo vemos solamente desde el punto de vista material, no tendrá gran significado, pero si entendemos este esfuerzo como un camino de perfección personal y comunitaria, entonces le daremos un valor superior y más útil para nuestro crecimiento, el camino de la fe. 

Como el pueblo de Israel, solemos quejarnos en el momento de la carencia de las cosas materiales. Hoy y durante esta semana, buscaré la fuente de la cual brota el agua viva, que le da sentido a todo lo que hago, a toda mi vida. Estamos también celebrando el año jubilar de nuestra diócesis en este tiempo de cuaresma, que la Iglesia de Cristo que peregrina en Zacatecas, sea como la samaritana que le pida a Jesús esta agua que da vida eterna y que renueva y reverdece todo a su paso.