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DOMINGO V ORDINARIO

10 DE FEBRERO DE 2013

“POR LA GRACIA DE DIOS SOY LO QUE SOY”

Todos nosotros, así lo considero, hemos tenido la experiencia de Dios en nuestra vida y vocación. Es decir, en algún momento nos hemos dado cuenta, con la ayuda divina, de que es Dios quien nos ha llamado a servirlo a Él en nuestros hermanos, en nuestra misión concreta dentro de la Iglesia, en nuestra vocación. 

Así, hay consagrados, sacerdotes o religiosos, casados, solteros y, dentro de estas vocaciones generales, existe una gama de ministerios y carismas dentro de la Iglesia, para su propia vida y crecimiento, tales como miembros de algún Grupo o Movimiento Parroquial, Ministros Extraordinarios de la Comunión, lectores, cantores, distribuidores de bienes materiales para los pobres (Caritas), etc. Y también hay muchísimas profesiones en las que se sirve al Señor y a los demás: secretarias, barrenderos, panaderos, amas de casa, etc. 

A la vez que reconocemos que es Dios quien nos ha llamado, en Cristo, también experimentamos sentimientos nuevos ante la grandeza de nuestro nuevo ser, consagrados para Dios, y quehacer: ser profetas de Jesucristo, anunciar la Buena Nueva, continuar con su misión. Estos sentimientos ordinariamente son de temor, a veces resistencias, indignidad, generosidad, etc.

Hoy, si nos fijamos en las tres lecturas de la Palabra de Dios, los enviados de Dios a su misión, a ser pescadores de hombres: Isaías (Primera lectura), Pablo (Segunda Lectura), Pedro (Evangelio), experimentan en carne propia la maravilla de ser llamados, purificados y enviados por Dios, con temor y temblor. El sentimiento es unánime: “¡Ay de mí!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos” (Isaías en la Primera Lectura); “Finalmente, se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles e indigno de llamarme apóstol” (San Pablo en la Segunda Lectura); “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador” (San Pedro en el Evangelio). 

Y ante estas afirmaciones del hombre, el Señor no niega nuestra impureza, indignidad y pecado, sino que los reafirma purificándonos, de diferentes maneras, pero sobre todo, con su Palabra: “Mira, esto ha tocado tus labios. Tu iniquidad ha sido quitada y tus pecados están perdonados”; Por la gracia de Dios soy lo que soy”; “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.

Qué Hermoso es nuestro Señor, que no nos desprecia, a pesar de nuestra indignidad y pecados, sino que nos purifica con misericordia y nos toca con su gracia (nos prepara y dispone) para, luego, seguirlo, invitándonos, así, a contribuir en la obra de la salvación: “Escuché entonces la voz del Señor que decía: ‘¿A quién enviaré?  ¿Quién irá de parte mía?’ Yo le respondí: ‘Aquí estoy, Señor, envíame’”; “Y su gracia no ha sido estéril en mí; al contrario, he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios, que está conmigo”; “Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron”.

Ese es nuestro Dios. Es a Él a quien seguimos y servimos. Y ese es el hombre, a quien vino a salvar Jesucristo, nuestro Señor: el hombre pecador, pero que, si está dispuesto a ser purificado, Dios lo hace, para prepararlo y disponerlo para la misión.

Nosotros hemos sido bautizados por el Señor. Desde ese día nos ha llamado a seguirlo. Somos sus discípulos y sus misioneros. Nuestra América Latina y el Caribe se encuentran en estado de misión. Sería bueno que nos preguntáramos hoy: ¿Cómo experimento el llamado de Dios en mi vida? ¿Reconozco mi impureza, mi indignidad y mi pecado? ¿Estoy dispuesto a ser purificado por el Señor? -Allí está el Sacramento de la Reconciliación-. ¿He trabajado toda la noche y todo el día en la pesca de mis hermanos los hombres, para el Señor? Ante la misión que Dios me confía, ¿Me siento confiado en la Palabra del Señor o más bien en mi propia persona, en mis propias fuerzas y métodos? Una pregunta más: ¿No seré yo, acaso, quien debe ser rescatado de las corrientes del mundo? ¿Realmente he dejado todo para seguir al Señor?

Que la celebración de la Sagrada Eucaristía de este Domingo en donde escuchamos la Palabra de Dios y comulgamos su Precioso Cuerpo y Sangre, nos purifique nuestra impurezas y nos de la luz y la fortaleza para seguir al Señor día a día, allí en la barca, donde Dios nos ha puesto y contribuyamos, así, a la salvación de todos los hombres, como buenos pescadores, que confían sobre todo en la Palabra de Jesús, a quien sea la Gloria y la alabanza por los siglos de los siglos. Amén.