TE ALABARÉ, SEÑOR, ETERNAMENTE
Es propio del cristiano alabar el Nombre del Señor: bendecirlo, adorarlo, glorificarlo, proclamando con nuestra vida que su voluntad se realiza, no solo en el cielo, sino también en la tierra (Mt 6,10), en el campo fértil de nuestro corazón (Mt 13,24; Lc 2,19).
El Salmo 29 nos invita a la alabanza de su Nombre, no solo al invocar a la Santísima Trinidad, o al “Nombre-sobre-todo-nombre” (Fil 2,9) por pura devoción, sino realizarlo en una actitud de amor, un amor fructífero que se traduce en buenas acciones y que no se queda en puras palabras (Sant 2,14-17).
Dios, en su infinito amor por nosotros, nos creó para la vida eterna. Nuestro destino es vivir en el amor y para el amor, mas no quedarnos en las garras de la muerte, futo del pecado, como canta el libro de la Sabiduría. Aquél que es el Amor, nos ha demostrado su amor al enviarnos a su Hijo amado, para tener vida en él (Jn 3,16); su mensaje de salvación hace resplandecer la vida venciendo las ataduras de la muerte.
La Voluntad de Dios Padre se hace notar en el ministerio de Jesús al devolver la vida (corporal, espiritual, social, cultual, familiar) a estas dos hijas de Israel, dándoles la oportunidad de construir, en su vida terrenal, la vida celestial (que es el Reino de Dios) cimentada en la Buena Noticia de Jesucristo y en el testimonio de la fe.
El milagro de la curación de la niña moribunda y la mujer enferma es fruto de la fe. Jesús reconoce la fe de aquella mujer que creyó contra toda esperanza, que concentró y realizó en una pequeña acción de “tan solo tocar su manto”; y Jesús pide esa misma fe al padre de la niña, que ha perdido toda esperanza al recibir la noticia de la presencia de la muerte, y la manifiesta al tomar a la niña de la mano y levantarla.
La muerte es fruto del pecado, y la curación fruto de la gracia. El término “curar” aparece en el texto cinco veces con diferentes conjugaciones; expresa la esperanza de alcanzarla, la fe al manifestarse, y el amor al recibirla. Es común en nuestra vida que se debilite la fe ante las dificultades que se nos presentan; se pierda la esperanza por los problemas que se escapan de nuestras manos y no encontramos solución; y se vaya perdiendo el amor por no acercarnos a Aquél que tanto nos ama (Jn 3,16), el que dio su vida en la cruz (1°Jn 3,16; Fil 2,8) y la sigue dando en la Eucaristía para que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10).
Fe, Esperanza y Amor, tres notas de una misma melodía que hacen sentir y disfrutar el gozo de la vida que nos trae Jesús en su Evangelio. El salmo lo canta al recitar: “me salvaste de la muerte y al punto de morir, me reviviste” (Salmo 29,4); por eso, el texto nos invita a ser agradecidos con nuestro Dios que es rico en misericordia, con la cual, nos enriquece en la abundancia de sus dones; dones a los que estamos llamados a compartir generosamente con los hermanos, distinguiéndonos, dice san Pablo, siempre en la vivencia de la fe, de la Palabra de Dios, servicio para todos y para con todos en la generosidad. Que así sea.