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DOMINGO XX DE TIEMPO ORDINARIO

“¡Señor, ayúdame!”

El asombro ante este milagro, nos lleva a tener una fe sólida mezclada con la sencillez del corazón…En este pasaje aparece una mujer angustiada por el sufrimiento de su hija y el mayor de todos es ver sufrir a alguien que uno ama…Esta mujer, sin duda, que buscó muchas soluciones ante el problema que le aquejaba, sin embargo, en este buscar se dio cuenta realmente de quién sí le podía ayudar…era el Hijo de David. 

1.“Señor, Hijo de David, ten compasión de mí” 

Era la frase que retumbaba llena de dolor y angustia…-mi hija está enferma. ¿Cuántas veces gritaría esta mujer? Sus gritos piden clemencia y compasión. ¡Por favor, apiádate de mi hija! En el fondo esta mujer reconoce que este hombre, no es un ser humano cualquiera, a pesar de que es una mujer pagana, en sus pláticas sabe que el Hijo de David, es alguien especial, aquél que se profetizó desde el Antiguo Testamento en el pueblo vecino de los judíos. Quizás podemos hablar de una de las primeras personas paganas convertidas que creyó, confió y esperó en Jesús.

2.“Señor ayúdame”. 

Ésta debería ser la súplica de toda persona, pero para pedir algo se ocupa una pequeña condición: fe.  Se trata de la seguridad de saber que aquella persona (Jesús) me escucha y me puede ayudar. Esta mujer estaba convencida de que sus palabras no iban a quedar en vano. Es una mamá llena de osadía que se atreve abrir su corazón no importando quien la pueda criticar. Es una valiosa madre que nos enseña a orar en los momentos más crueles y difíciles de la vida. Es una persona que sabe que este hombre (Jesús Dios para nosotros) no la va a defraudar.

3.Un Dios sin fronteras. 

¿Acaso Dios es sólo para algunos? ¿Sólo para los buenos? ¿Sólo para los judíos? ¿Sólo para los católicos cristianos? De ninguna manera…sólo hay un único Dios, el cual se caracteriza porque su amor no tiene fronteras para nadie. Hermanos ojalá que nunca se nos olvide que Dios no piensa como lo hacemos los hombres, menos actúa movido por intereses mezquinos. Dios es para todos, su clemencia y compasión es como una lluvia, que cobija al mundo entero. Su amor no está delimitado por una cierta cantidad o capacidad…no…su caridad se derrama sin límites, ni acepciones a todo tipo de personas….

Entonces, ¿qué nos hace falta…? Sólo hay que acercarnos a Él y no huirle, pero estar con Él con una fe sencilla, llena de seguridad, porque sabemos que Él siempre nos escucha y atiende. Ojalá que todos los días podamos decirle:

  – Señor ayúdame en mi familia…

  -Señor ayúdame en mi trabajo…

  -Señor ayúdame en la escuela…

  -Señor ayúdame en mi problema…

  -Señor ayúdanos…en nuestra Iglesia en sus 150 años…en nuestro México.

Porque recordemos que el amor, la clemencia y la compasión de Dios no tienen límites, ni fronteras.