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DOMINGO XX ORDINARIO

¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra?

 
La existencia de Jesús no ha sido fácil, y Él nos advierte que también nuestra existencia cristiana no lo será. En el Evangelio de hoy, habla de paz y de división. La segunda lectura habla de la gran hostilidad de los pecadores que Jesús ha tenido que soportar. La primera lectura nos muestra una situación dolorosa del profeta Jeremías, que es una prefiguración impresionante, pero imperfecta, de la suerte de Jesús. 
 
Jeremías se encuentra en Jerusalén durante el asedio de los babilonios. Él afirma que no hay posibilidad de resistencia, que ésta traería solamente consecuencias peores, y por tanto que es mejor tratar con Nabucodonosor. Pero la gente, y especialmente los jefes, no están de acuerdo. Quieren una resistencia hasta el final. Están dispuestos a sostener el asedio hasta el final. Por esto, están furiosos contra Jeremías, a quien consideran un pesimista. 
 
El rey Sedecías no se opone a los jefes, que quieren dar un castigo muy duro al profeta, y deja que lo hagan. Así Jeremías es apresado y arrojado a una cisterna. Jeremías es un profeta que habla en nombre de Dios, pero parece que el Señor no lo protege, lo abandona en las manos de los enemigos y lo coloca en una situación desesperada: estar en el fondo de una cisterna, en el lodo, es el preludio de la muerte. En realidad Dios se preocupa de Jeremías y provoca la intervención del etíope para salvar al profeta. El rey le da el permiso para sacar a Jeremías de la cisterna antes de que muera. 
 
Jesús ha sido comparado con Jeremías, porque la situación era muy similar a la del profeta. También Él anunciaba para su pueblo una catástrofe terrible: la destrucción de Jerusalén y el incendio del templo. Por eso también Él ha tenido que soportar la hostilidad de aquellos que no comprenden el designio de Dios. 
 
La segunda lectura nos dice: «piensen atentamente en aquel que ha soportado una gran hostilidad por los pecadores». Jesús se ha sometido a la cruz. Así nos ha redimido, y ha obtenido la gloria divina. Si esta es la suerte de Jesús, nosotros no podemos pensar de tener una mejor, no podemos pensar que nuestra vida transcurra sin dificultad o contrariedad. 
 
Todos queremos la paz, una situación tranquila. Pero Jesús no ha venido a traer la paz, sino a hacernos conocer nuestra situación real, que es una situación adversa, una situación de lucha necesaria contra el pecado y contra el mal. 
 
Es necesario tomar una decisión clara: estar con Jesús, o en su contra. Y ya que las personas no toman todas la misma decisión, entonces hay necesariamente entre ellas una división. Jesús declara: «De ahora en adelante en una casa de cinco personas se dividirán tres contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra». 
 
Estas personas no están de acuerdo entre ellas, porque algunas siguen el Evangelio, aceptan la llamada del Señor, es decir, viven una vida de caridad, honestidad, generosidad; en cambio, otras no quieren escuchar el evangelio, acoger las exigencias justas de la ley de Dios, pero quieren buscar por todos los medios los propios intereses, la propia ventaja. Así nace la división entre ellos. 
 
Nosotros debemos estar preparados para afrontar las divisiones, sin faltar a la caridad. Jesús ha orado por aquellos que lo crucificaban, ha afrontado la hostilidad no respondiendo a la violencia con la violencia, a la injuria con la injuria, sino respondiendo al mal con una sobreabundancia de bien, con una sobreabundancia generosa de gracias. También nosotros debemos estar preparados para soportar la hostilidad de otras personas; debemos ser solidarios con la Iglesia, que siempre, en un País o en otro, sufre persecuciones. 
 
Debemos aceptar participar en la pasión de Jesús, para después tener parte en la alegría y en la gloria de su resurrección. Todo esto en unión con el Señor, el cual quiere poner la paz en nuestros corazones, a pesar de todas dificultades externas. Hay circunstancias humanas desfavorables que no parece posible que haya paz, pero Jesús, con su amor, nos da una maravillosa serenidad a pesar de ellas. 
 
Entonces, es evidente la orientación que debemos seguir: ser fieles a Cristo, a su ley de amor y, por otra parte, estar preparados para afrontar las dificultades, no sorprendernos o desconcertarnos si nuestra  conducta no obtiene resultados positivos, incluso a veces provoca hostilidad de parte de quien no se comporta según nuestros principios. Pidamos al Señor la gracia de ser valientes, confiados y de no perder jamás la orientación de la fe, de la esperanza y de la caridad que Él nos ha dado.