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DOMINGO XXVII DE TIEMPO ORDINARIO CICLO B

«Y serán los dos una sola carne…»

En la apasionante aventura de seguir a Jesús y construir el Reino de Dios, nos encontramos hoy con un pasaje lleno de consecuencias, sobre todo en este tiempo en que el tema del matrimonio y la familia está en el centro del debate en muchos ámbitos de la sociedad; al mismo seno de la Iglesia se vive una gran expectativa por el próximo sínodo sobre la familia, que será sin duda un acontecimiento que dará muchos frutos para la familia, célula básica de la sociedad.

Jesús es puesto a prueba, sus enemigos quieren verlo tropezar y caer, le plantean una situación compleja, pues había muchas leyes humanas al respecto, preceptos que con el tiempo habían sembrado la confusión ante un tema tan trascendental como el matrimonio y la familia. Los fariseos se remiten al mismo Moisés, así que Jesús no la tiene muy fácil que digamos. Pero Jesús, como suele hacerlo siempre, aprovecha todas las oportunidades para anunciar el Reino de Dios, no se deja llevar por la trampa, sino que llevándolos poco a poco les anuncia la verdad de Dios sobre el matrimonio.

Es muy interesante que ante la pregunta ¿Le está permitido al hombre separarse de su mujer? Jesús reivindica el lugar central del matrimonio, tal y como Dios lo diseñó desde el principio. Explica que el origen de esas leyes humanas, que permitían el divorcio,  es la dureza del corazón, esta actitud, esta cerrazón es la que tergiversa y frustra el plan amoroso de Dios. El hombre de corazón duro busca manipular el mandato de Dios, acomodarlo a los tiempos “nuevos” y entonces lo que hace es frustrar el plan del Padre celestial. Por eso Jesús ignora la posición de Moisés y se remonta a los orígenes, al mismo momento de la creación, cuando el Padre creó al hombre y a la mujer de tal manera tan perfectos que uno es el complemento del otro, al grado de ya no ser dos, sino uno solo, una sola carne. Este es el fundamento original del matrimonio, el designio de Dios, por eso ninguna ley puede estar por encima de la voluntad divina.

No se trata, entonces, de “actualizar” el matrimonio para ponerlo al día según las modas actuales, la institución del matrimonio no puede estar sujeta a modas o ideologías, pues ha brotado del seno mismo de Dios, quien en su infinita sabiduría y bondad diseñó el matrimonio como fundamento de la sociedad, la unión del hombre y la mujer es la única  que merece el título de matrimonio y es la única que garantiza el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Por eso la Iglesia, fiel a la Escritura y a la Tradición, enseña con claridad que en el caso del matrimonio cristiano no existe el divorcio, si ha habido verdadero y auténtico matrimonio, no hay ley humana que pueda disolverlo, otra cosa es cuando desde el principio, por diversas causas, no existió el matrimonio, lo que la Iglesia hace es declarar que en realidad nunca fue un verdadero matrimonio, por eso no debemos hacer caso a algunas voces que, buscando confundir, dicen que el Papa modificará esta enseñanza o que el sínodo sobre la familia determinará sobre el asunto. La Iglesia es depositaria, custodia e intérprete del evangelio, el cual no puede cambiar ni quedar sujeto a interpretaciones subjetivas de determinados grupos o intereses.

Qué el Señor bendiga el matrimonio, bendiga a las familias, que dé claridad a la Iglesia, especialmente a los obispos que se reunirán en el sínodo, para que custodien el matrimonio y la familia. Que todos los cristianos sepamos dar testimonio ante el mundo que el diseño original de Dios no puede ser cambiado por ninguna ley humana, que no se trata de modas o “derechos”, sino del plan mismo de Dios.