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El culto eucarístico fuera de la Misa

1.Evolución histórica

Desde todos los tiempos los cristianos han tenido un grande culto a Jesús en la Eucaristía. Sólo que el modo de hacerlo ha cambiado a través de los siglos. Esta devoción ha llevado a prolongar la adoración después de la Misa, la cual parte del hecho de que la iglesia confiesa que el Señor Jesús permanece bajo las especies eucarísticas no solo durante la celebración, sino también después, mientras duran las especies.

En la iglesia primitiva existía la costumbre de enviar el pan eucarístico a quienes no habían podido participar de la celebración de la Eucaristía, incluso era llevada a las casas para comulgar los días que no podían participar en la celebración. Se encargaba a quienes lo llevaban que lo hicieran con respeto y veneración . De esta manera fue como se desarrolló un cierto culto a la Eucaristía, pero no se puede decir que aunque en las iglesias se guardaba el Pan consagrado era con el fin de conservar la presencia de Cristo. Más bien el culto de adoración era algo más privado.

Con las controversias teológicas a cerca de la divinidad de Jesús, comienza en el s IV a extenderse el culto y la adoración a la Eucaristía. A esto también contribuyó el acento en la presencia somática de Cristo en los dones eucarísticos, la multiplicación de prácticas y devociones eucarísticas, y así de este modo fue convirtiéndose en el elemento más importante de la fe .

Sin duda alguna que los cristianos de aquel tiempo entendían lo grande que es el misterio eucarístico y por eso lo adoraban y lo veneraban siempre y en todo momento. Se veía, de algún modo la promesa de la presencia de Jesús en el mundo y entre los suyos. Sin embargo durante la Edad Media y la época postridentina, debido a la doctrina de ese tiempo quedó la devoción al Santísimo Sacramento casi aislada de la celebración eucarística. A esto contribuyó la institución de la fiesta del Corpus Christi , y así junto a esta ella se multiplican las procesiones y se construyen grandes sagrarios; en algunos casos (ya por el siglo XVII) es frecuente la exposición durante la Misa, y era también frecuente después de otras celebraciones la bendición con el Santísimo como acto culminante. Esto tuvo desequilibrios en la comprensión de la espiritualidad eucarística. Cristo era más contemplado, adorado e invocado que comido , siendo que el Señor quiso quedarse para ser, principalmente alimento, sin que por ello se pueda llegar a decir que Cristo no está presente en la Hostia consagrada después del sacrificio.

Con el fin de llevar a cabo estos actos de piedad, se fueron poco a poco utilizando, y fabricando las custodias para exponer públicamente la Hostia consagrada. Naciendo también así el llamado jubileo de las cuarenta horas, y las devociones de la hora santa.

Los reformadores negaron la presencia de Cristo en el pan después del sacrificio, por tanto desaprobaban la adoración del Santísimo después de la Misa. Trento, claro reconociendo los abusos dados, como es la separación de la adoración de Cristo en la hostia y la Celebración Eucarística hasta llegar a la sola contemplación de la Hostia en el momento de la elevación en la consagración, afirmó la legitimidad del culto eucarístico. El rechazo a estas devociones por parte de los reformadores llevó a un florecimiento de manifestaciones de piedad eucarística durante los siglos XVIII-XIX .

La historia nos demuestra lo radical que se ha sido en ciertos tiempos, se ha ido de extremo a extremo, desde considerar la Celebración del Memorial como lo único, lo máximo y más importante, hasta el de considerar la sola adoración de la Hostia consagrada como el culmen y centro de la vida cristiana.

 

2.Reflexión teológica

Viendo la historia es necesario saber integrar adecuadamente Celebración Eucarística y culto eucarístico, participación en la Misa y adoración que se prolonga de aquella participación.

Es muy necesario entonces tener bien en cuenta que la Celebración Eucaristía del Sacrificio de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la ella , esto para evitar la centralidad del culto privado fuera de la Celebración Eucarística. Sin duda que esto se ha ido mejorando después del Vaticano II.

El fundamento de la adoración eucarística está en la presencia continuada del Misterio Pascual de Salvación, en la conversión real y sustancial del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es un cambio presencial real, presencia autodonante, no solo para el momento de comulgar sino de modo permanente.

La última finalidad de la Eucaristía no es conseguir la presencia real de Cristo, sino recibir de Él la fuerza de la unidad y de la caridad que nos viene de su sacrificio pascual. La presencia real de Cristo tiene un carácter dinámico y no estático, pues está orientada a una participación personal y eclesial de su misma vida, misterio y misión que debe prolongarse más allá del espacio y del tiempo de la celebración de la Misa .

Es necesario considerar la presencia de Cristo en la Eucaristía como una llamada permanente al encuentro personal, de amistad con Cristo, presencia de persona a persona, encuentro interpersonal a nivel propio. Se trata de una presencia real y cercana, sacramental e interna. Es una llamada permanente al encuentro interpersonal y a la participación de la vida de Dios, a la admiración y adoración. Es, pues, un acontecimiento pascual celebrado, encuentro interpersonal que permanece, y respuesta de adoración que se prolonga. En cuando acontecimiento pascual, la Eucaristía es memoria que actualiza aquella salvación obrada por Cristo; como encuentro interpersonal, hay que desear que el encuentro en la Eucaristía se prolongue en el encuentro en la vida y en la adoración; y en cuanto respuesta en la adoración hay que entender que es una prolongación de la Eucaristía .

Por presencia generalmente se entiende la relación real existente ente dos o más seres que están entre sí por cualquier título o fundamento real. Hay muchas formas de hacerse presente, y de esas la más excelente es la presencia física por el propio cuerpo y la espiritual por el amor. La simple presencia corporal, sin embargo, no supone por sí misma el máximo grado de presencia, aunque sea su máxima posibilidad, pues puede darse una mera presencia de objeto que ocupa un espacio, o un simple e indiferente estar ahí. La presencia corpórea es el mejor modo de presencia solo cuando existe una intercomunicación: una llamada y una respuesta. Es entonces cuando la presencia del otro deja de ser simplemente de objeto o de indiferencia para convertirse en presencia personal y humana, comunicativa y enriquecedora. Así decimos que el grado máximo de presencia personal es aquella que se fundamenta en el amor e implica la mutua comunicación y la capacidad relacional de acogida al otro en su propia singularidad y en la aceptación plena de su ser. Es en este tipo de presencia personal fundada en la entrega y en el amor, es la presencia de Cristo en la Eucaristía .

En la Eucaristía, Cristo aparece pascualmente y su presencia es una presencia-que-viene, una presencia-que-se-da, y una presencia-que-permanece. Es una presencia creadora de comunión y fundadora de Iglesia. La presencia sustancial y real de Cristo no es contemplada como un hecho estático, sino como un hecho dinámico de autodonación orientada hacia la comunión sacramental .

La presencia de Cristo es una presencia adorada y renovadora. Una adoración que debe unir la contemplación y la acción de gracias a la caridad y a la renovación de la vida. Permaneciendo ante Cristo, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo, sacando de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad .

Hay que tener siempre bien claro que nuestra adoración a Jesucristo debe dirigirse a toda la Santísima Trinidad, pues el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios inseparable, que nos ha creado, nos ha redimido y que nos comunica la gracia de Cristo en este sacramento.

La adoración de la Eucaristía ha de ser una prolongación de la adoración en el momento del sacrificio, una acción de gracias por quedarse entre nosotros.

 

3.Aplicaciones pastorales

Es una constante de la Iglesia la práctica de adorar a Cristo presente en el Tabernáculo; es un deber y una obligación de la Iglesia como agradecimiento a la condescendencia de Dios al estar presente entre nosotros.

Pero, cómo debemos adorarlo, de tal modo que no se caiga en los extremos, como bien lo enseña la historia, y para no despegar ese culto devocional personal y comunitario de la eucaristía como memorial, sacrificio y banquete.

El culto a la Eucaristía ha de estar dirigido a Dios Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Ante todo al Padre, como afirma el evangelio de san Juan: pues tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito… Y se dirige también en el Espíritu Santo a aquel Hijo encarnado para nuestra salvación .

Ya que la presencia de Jesucristo en las Hostias consagradas y conservadas en el sagrario es una continuación de su presencia en la celebración de la Eucaristía, debe hacerse de ese acto de piedad una prolongación de nuestra participación en la Misa. Es por eso importante tener bien en cuenta que la finalidad de la reserva del Santísimo Sacramento está destinada para llevarla a aquellos que no pueden, por enfermedad u otra circunstancia participar de la celebración de la Misa . Debe evitarse siempre hacer del tabernáculo una carnicería, cuando debe ser el lugar de reserva del Santísimo solo para prolongar la adoración en las visitas, y llevarlo a los necesitados a manera de viático.

 

La oración-adoración ante la presencia permanente de Cristo debe encarnar las siguientes características:

  1. Asombro por el misterio. No miedo, ni sobresalto sino conmoción interior ante lo grandioso. Asombro que brota del misterio de la presencia de Dios y la presencia permanente y real de Cristo bajo las especies de pan y de vino.
  2. El asombro debe generar espontáneamente la alabanza desinteresada y la acción de gracias por el don recibido. El asombro no pide, ni exige, ni expía culpas, solamente admira y contempla.
  3. En la oración ante el Santísimo, la Palabra de Dios ocupa un lugar privilegiado, la presencia que se da en alimento ha de llevarnos a la otra mes, la de la Palabra divina. Pues la Palabra de Dios hace comprender la profundidad del misterio eucarístico, es lámpara para los pasos y báculo para el camino.
  4. Después de la escucha de la Palabra, los orantes deben sentir en su interior la necesidad del silencio y de la contemplación. Es el momento de la adoración-oración, sobran las palabras. El silencio no es un vacío es interiorización del misterio eucarístico. Es el espacio de actuación del Espíritu.
  5. La adoración en espíritu y en verdad es la novedad del discípulo de Jesús.
  6. El asombro por la presencia sacramental de Cristo lleva al conocimiento propio y suscita sentimientos de pobreza y humildad, los orantes experimentan sentimientos de anonadamiento y estremecimiento ante el misterio, como Moisés en el Horeb o Pedro después del episodio de la pesca milagrosa. La admiración lleva al conocimiento de los propios límites y a reconocerse pecadores ente Cristo el Salvador.
  7. Los verdaderos adoradores realizan su función eclesial: el servicio de orantes. Su función es elevar sus brazos suplicantes a Dios y orar por la humanidad entera.
  8. En la organización de los diversos elementos que integran la oración-adoración delante del Santísimo expuesto es preciso tener presente los diversos tiempos litúrgicos, de modo que se armonice con la Liturgia y en cierto modo se deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo.
  9. Casi siempre la adoración va acompañada de gestos corporales que significan y expresan la actitud interna. Estos gestos corporales más comunes son: inclinación, genuflexión, arrodillarse y postrarse en tierra. La postura de rodillas es la más apropiada para la adoración y ayuda a los orantes a venerar la presencia de Cristo Sacramentado.

Finalmente, damos algunos principios generales para tener en cuenta en el culto debido a la Eucaristía fuera de la Misa.

  • -Al venerar a Cristo presente en el Sacramento, ha de tenerse en cuenta que esta presencia proviene del sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual.
  • -Durante el tiempo de la exposición se prohíbe la celebración de la Misa durante el tiempo que esté expuesto el Santísimo Sacramento en la misma nave de la iglesia. Si la exposición es prolongada durante varios días, debe interrumpirse la celebración de la Misa, a no ser que se celebre en una capilla aparte, y permanezcan en adoración ante el Santísimo algunos fieles.
  • -En las iglesias en que se reserva la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición solemne del Santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente continuado. Pero se hará solo si se prevé asistencia conveniente de fieles . Si se hace interrumpidamente no puede reservarse más de dos veces al día.
  • -Se prohíbe la exposición que se hace únicamente con el fin de dar la bendición.

 

4.A modo de conclusión: 

La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana, tanto para la Iglesia universal como para las asambleas locales de la misma. La celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la Misa. Porque Cristo, el Señor, que se inmola en el mismo Sacrificio de la Misa cuando comienza a estar sacramentalmente presente como alimento espiritual de los fieles bajo las especies de pan y vino, también una vez ofrecido el sacrificio, mientras la Eucaristía se conserva en las iglesias y oratorios es verdaderamente el Emmanuel el Dios-con-nosotros.


Bibliografía

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  • BROUARD, MAURICE, Enciclopedia eucarística, DDB, Bilbao, 2004.
  • GONZÁLEZ, CARLOS IGNACIO, Eucaristía, luz y vida del cristiano, Buena Prensa, México, 20034.
  • Bendijo el pan y lo partió, CEM, México, 1999.
  • Ritual de la sagrada comunión y culto eucarístico fuera de la Misa, Buena Prensa, CEM, México, 2009.
  • SAYES, JOSÉ ANTONIO, La presencia real de Cristo en la eucaristía, BAC, Madrid, 1976.