EL MARTIRIO DE SAN MATEO CORREA
Mateo Correa Magallanes nació en Tepechitlán, Zacatecas, el 22 de julio de 1866, hijo de Don Rafael Correa y Doña Concepción Magallanes. Fue parte del Seminario de Zacatecas y ordenado sacerdote el 20 de agosto de 1893. El 1º de septiembre cantó su primera Misa en la parroquia de la Purificación de Fresnillo, Zacatecas. Durante su ministerio sacerdotal fue capellán de distintos lugares de Zacatecas y Jalisco. Siendo párroco de Concepción del Oro conoció y tuvo amistad con la familia Pro Juárez. Dio la primera Comunión al niño Miguel Agustín Pro Juárez, que después fue sacerdote jesuita y mártir, y que ahora es venerado como beato.
En 1926 llegó a Valparaíso, Zacatecas, donde el grupo de la ACJM (Acción Católica Juvenil Mexicana) daba a conocer el Manifiesto que el Comité General de la Acción Católica había enviado y juntaban firmas para pedir al Congreso la derogación de las leyes anticatólicas. El día 2 de marzo llegó a Valparaíso el General Eulogio Ortiz, quien al enterarse de los trabajos de la ACJM en el pueblo, lleno de ira mandó llamar a los sacerdotes Correa y Arroyo, a quienes, luego de interrogarlos hizo ir a pie a Zacatecas para ponerlos presos bajo el cargo de sedición. El general ordenó a su secretario que fueran consignados al Agente del Ministerio Público, pero el juez de Distrito ordenó su libertad al no encontrar delito que perseguir.
De nuevo en su parroquia de Valparaíso, el Sr. Cura se entregó con mucho más amor a su ministerio y también se intensificó la fundación de grupos de la ACJM. Con el fin de descansar, el Padre Correa fue invitado a la Hacienda de San José de Sauceda; estando ahí, el domingo 30 de enero de 1927, un señor le rogó que fuera al rancho de La Manga para atender a su madre que estaba gravemente enferma. Acompañado del Sr. Miranda, su anfitrión, el Padre Mateo salió a atender el llamado. En su camino el Sr. Miranda divisó una tropa, por lo que tomaron cierta precaución. El Sr. Cura tomó las riendas del carro como si fuera un servidor del Sr. Miranda y siguieron adelante. Entre los soldados iba un agrarista que conocía al Padre Correa y al Sr. Miranda. El agrarista le comunicó al Mayor que allí iba el Sr. Cura de Valparaíso, y el Mayor inmediatamente mandó a un oficial para que los aprehendiera. Fueron encarcelados y trasladados a Durango. En el camino, el Padre Mateo se mostró muy amable con los soldados y les hizo algunos regalos.
En Durango, el Padre Correa compartió su comida con los presos y, al terminar de tomar los alimentos, los hacía dar gracias a Dios. Por la noche todos rezaban el santo rosario. El día 5 de febrero, como a las 9:00 a.m., el sargento de guardia lo llevó ante el General Ortiz, quien le ordenó al Sr. Cura confesar a unos presos que estaban por ser fusilados. El Padre Mateo confesó a aquellos cristianos y los ayudó a bien morir. Al terminar, se acercó el General Ortiz y le pidió al Sr. Cura que le revelara lo que los presos le habían dicho en confesión. «Jamás lo haré» dijo el Padre Correa. El General le advirtió que si no hacía lo que le pedía lo mandaría fusilar inmediatamente. «Puede hacerlo. Pero no ignore usted, General, que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. Estoy dispuesto a morir» dijo el Sr. Cura.
El día 6 de febrero de 1927, por la madrugada, los soldados sacaron al Padre Mateo Correa de la Jefatura militar y, llevándolo rumbo al panteón, hasta un lugar solitario lleno de hierba, lejos de la ciudad, le quitaron la vida. En el mismo lugar de la muerte quedó el cadáver en la intemperie durante tres días. Varios vecinos acudieron al lugar, pero se encontraron con que los mismos soldados ya lo habían enterrado; ellos vieron el rastro de que habían arrastrado el cuerpo varios metros, quedando entre las piedras cabellos ensangrentados y el sombrero del sacerdote.
Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado por San Juan Pablo II el 21 de mayo del 2000, junto con 24 compañeros mártires.