Todos los hombres realizamos comidas fraternas, ya sea para convivir o para compartir de tan gran regalo que nos da Dios, ya sea para festejar un cumpleaños, un aniversario, una graduación, un bautismo, o algo en especial. Siempre celebramos con un banquete, en el que invitamos a familiares, amigos y conocidos; cuando compartimos la comida hacemos vivo ese signo de alegría y de fraternidad donde hacemos participes a los invitados de algo muy personal. Por esto, así como nos reunimos para una celebración o festividad nos reunimos para celebrar la Eucaristía, para vivir y ser partícipes del cuerpo y sangre de Cristo.
La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida Cristiana. Los demás sacramentos como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia es decir, Cristo mismo, nuestra pascua. (CEC. 1324)
De esta manera Dios nos hace participes de la Eucaristía; Jesucristo la instituyó el Jueves Santo, «la noche en que fue entregado» (1 Co 11, 23), mientras celebraba con sus Apóstoles la Última Cena.
Por eso la Eucaristía es fuente y culmen de nuestra vida cristiana, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir, así también nuestra alma necesita comulgar para estar sana.
Por esto, jóvenes, me dirijo a ustedes en este pequeño artículo, donde he encontrado en la Eucaristía a Jesucristo que es Dios y que nos concede su gran amor, está realmente presente con toda su Persona y su divinidad en la Eucaristía, para quien lo busca, no se hace esperar, sino que se deja encontrar, porque lo único que quiere es darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.
La Eucaristía es y debe de ser, pues, para nosotros alimento y fuerza para nuestro camino humano y cristiano, es fuente de energía para nuestra vida y nuestra fe.
Sigamos viviéndola hermanos, pero no solo individualmente sino que enriquezcámosla viviéndola en familia, ya que ella nos ayudará a formarnos y nos transformará en cristianos que viven las bienaventuranzas reconociendo en los más pobres y necesitados el mismo rostro de Cristo. Que vayamos a dar fruto cada semana con la vivencia de la Eucaristía como nos dice al final de la misa el sacerdote. ¡A seguir transmitiendo lo que hemos celebrado! ¡Ánimo!, vivamos y celebremos el tesoro más grande que nos ha dejado Cristo.