La liturgia de este domingo nos ofrece enseñanzas importantes para la vida familiar. El evangelio habla de la fidelidad en el matrimonio. Esto viene preparado del relato del Génesis que nos dice que el hombre y la mujer forman una pareja inseparable. La segunda lectura nos recuerda la fidelidad de Jesús hasta la muerte.
En el Evangelio los fariseos preguntan a Jesús, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a un esposo repudiar a la propia mujer?” Sin duda han escuchado decir que Jesús sostiene con firmeza la necesidad de la fidelidad en el amor. Pero en la Ley de Moisés está previsto que si pueda repudiar a la mujer y escribirle un acta de divorcio.
Respondiendo, Jesús pregunta a los fariseos: “¿Qué cosa les ha ordenado Moisés?”. Ellos dicen: “Moisés ha permitido de escribir una acta de divorcio y de repudiarla”. Jesús muestra su autoridad, y les dice a los fariseos: “Por la dureza de su corazón les permitió a ustedes esta norma”. Por tanto, esta norma dada por Moisés es una concesión, que puede ser también abolida, puesto que no corresponde a la intención original de Dios en la creación. Dice Jesús: “Al inicio de la creación Dios los creó macho y hembra; por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y los dos serán una sola carne”. Como dice el relato de la creación que escuchamos en la primera lectura. La intención originaria de Dios es una intención de unión y de fidelidad reciproca entre el hombre y la mujer: ellos no son más dos, sino una sola carne. Y Jesús concluye: “Por tanto, que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Esta enseñanza de Jesús es muy clara, y defiende la dignidad del matrimonio. El matrimonio es una unión de amor; el amor auténtico implica fidelidad; por eso Jesús exige la fidelidad en el amor.
Después, cuando los discípulos le piden explicaciones, Jesús dice explícitamente que repudiar la propia mujer y casarse con otra significa cometer adulterio, y por tanto, se viola el sexto mandamiento. La misma cosa vale para la mujer: también ella, si repudia al marido y se casa con otro, comete adulterio. Esta enseñanza de Jesús es muy exigente, pero está inspirada en el amor y tiende a defender el amor. En nuestros tiempos lamentablemente tantas uniones matrimoniales se rompen, y el divorcio se hace cada día más frecuente. Pero el divorcio es claramente una derrota del amor, una derrota para todas las personas que lo hacen. Jesús, en cambio, quiere defender y preservar la unión en el amor.
Debemos entender que lo que permite a los esposos estar verdaderamente unidos en el matrimonio es un amor reciproco generoso. Si alguno de ellos piensa en su propio interés, su propio placer y sus propias satisfacciones, no hay un verdadero amor. Su unión entonces se convierte en unión de dos egoísmos, y no podrá resistir. Para quien se casa debería tener muy claro que el matrimonio es la unión de dos amores, y no la unión de dos egoísmos. La segunda lectura nos muestra la fidelidad de Jesús respecto a nosotros. La vida y muerte de Jesús son el ejemplo más bello de fidelidad en el amor: fidelidad a la voluntad del Padre y fidelidad a la solidaridad con los hermanos.
El ejemplo de Jesús debe inspirar también a los esposos, empujarlos a vivir plenamente la gracia del matrimonio, hasta llegar al máximo del amor generoso.