«Estén preparados…»
Con un corazón agradecido comenzamos el nuevo año litúrgico, con este enigmático y maravilloso tiempo del Adviento, en el que buscaremos prepararnos para una vivencia gozosa y fructífera de la Navidad. Este Adviento viene enriquecido con un acontecimiento muy especial: el inicio del Año Jubilar Diocesano, expresión de la alegría y el júbilo, que nos embarga por celebrar un camino de 150 años como Iglesia que peregrina en Zacatecas.
Los dos primeros domingos del Adviento nos llevan a centrar nuestra atención en la segunda venida de Cristo y todo lo que eso implica para la humanidad. La liturgia de la Iglesia no busca suscitar en nosotros el miedo o la angustia, sino avivar nuestra esperanza, preparar nuestro corazón para el encuentro con Jesús nuestro Salvador.
En el Evangelio de hoy se nos explica cómo será la venida del Hijo del hombre, ésta es comparada con el diluvio, resulta interesante lo que dice Jesús acerca de este acontecimiento, pues describe a la gente del tiempo de Noé como gente normal, que come, bebe, siembra, cosecha, se casa, etc., pero, ¿dónde está la maldad de esos actos? La cuestión no está tanto en las cosas que se hacen, sino que, estas personas, vivían con tanta “normalidad”, que simplemente no «se dieron cuenta» de lo que acontecía a su alrededor y lo que es peor, no pudieron descubrir la presencia de Dios en sus vidas. Jesús nos advierte sobre el hecho de vivir con tanta normalidad nuestra vida, que nos volvamos insensibles para leer e interpretar los signos de los tiempos, en medio de los cuales Dios se va manifestando.
No dejemos que lo ordinario y simple de nuestra vida se vuelva rutinario y monótono, no perdamos la chispa de la vida, el gozo de vivir, la alegría del encuentro y compartir, pues es en esos acontecimientos ordinarios, que Dios manifiesta su extraordinario poder. El tiempo del Adviento es tiempo de búsqueda y de encuentro, la pregunta sería ¿dónde estoy dispuesto a buscar la presencia de Dios? ¿Cómo me voy a preparar para encontrarlo? Vivamos con júbilo este Adviento, dejemos que nuestro corazón se impregne de esperanza, para ir preparando en él un digno pesebre, que albergue al Niño Jesús.