“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”
“La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor estén con todos ustedes”. Así saluda hoy, en la segunda lectura, el Apóstol San Pablo “a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro…”. Y con ese buen deseo, con la gracia y la paz de Dios, hemos concluido el tiempo litúrgico de la Navidad y hemos comenzado el llamado Tiempo Ordinario; tiempo de lo cotidiano, del trajín de cada día. Hemos iniciado la normalidad del quehacer diario, pero con un corazón diferente, ya que en Cristo, nacido para nuestra salvación, nos hemos dado cuenta que Dios nos ama con amor tierno en cualquier lugar y en todo tiempo; no necesita situaciones extraordinarias para manifestarse. Ya todo espacio es santo y todo tiempo es sagrado. Nuestro hoy, que a veces se torna aburrido y monótono, se ve siempre lleno con la novedad de Dios. Con este espíritu de alegría y de confianza en Dios, hablemos un poco sobre lo que Dios nos dice en su Palabra este Domingo.
Hace ocho días celebrábamos el bautismo del Señor y hoy, pareciera que el espíritu de ese misterio continúa en las lecturas dominicales: también hoy se nos presenta al siervo de Dios anunciado por Isaías, en la primera lectura; en el evangelio la promesa se hace cumplimiento en la persona de Jesús de Nazaret, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; el Hijo de Dios; el que antes de bautizar con el Espíritu Santo, fue primero a formarse en la línea donde Juan el Bautista estaba bautizando, para inaugurar, así, el nuevo bautismo y comenzar su ministerio público. Jesús es el que vino a este mundo para hacer la voluntad de Dios en todo momento y en todo lugar, hasta morir en la cruz, obedeciendo a su Padre hasta lo último y por amor a nosotros: “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, como hemos dicho en el Salmo responsorial.
Al escuchar el pasaje del evangelio podemos caer en la tentación de quedarnos mirando la escena como simples espectadores, sin entrar también nosotros en ella. Eso no nos ayudaría para nada. Al contrario, todo lo que Dios nos dice y hace es por nosotros y para nosotros. Por lo tanto, si Jesús es ungido con el Espíritu Santo en el bautismo de Juan el Bautista, también nosotros, como Cuerpo místico de Él que somos, hemos sido ungidos por el mismo Espíritu. Y si Él, una vez bautizado se fue al desierto para prepararse a su vida pública, de entrega y de amor, anunciando el Reino y llevando la Buena Nueva y la Salvación a todos los que la aceptaran, también nosotros, después de haber recibido el bautismo del Señor, el día en que nos bautizaron, comenzamos a formar parte del Cuerpo de Cristo. ¡Somos Cristo! ¡Somos sus ungidos! Por consiguiente, tenemos su misma misión. Somos sus sacerdotes, profetas y reyes enviados también a cumplir su voluntad anunciando el Reino.
¿Y nosotros? ¿Qué le ofrecemos al Señor? ¿Podríamos decirle a Dios, estas mismas palabras: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, Pero no sólo con la boca sino con nuestra vida, de tal manera que, como la de Cristo, fuera toda ella un culto espiritual agradable al Padre? Que la Eucaristía de este domingo y la participación en su Cuerpo y en su Sangre nos ayuden a discernir quiénes somos y cuál es nuestra misión como cristianos y nos fortalezca para llevarla a cabo, a ejemplo de Cristo. Así sea.