“Hagan todo lo que Él les diga”. El Evangelio de este Domingo nos narra las bodas de Caná. ¿Qué ha querido decirnos Jesús aceptando participar en una fiesta de bodas? Él con su presencia ha honrado las bodas entre un hombre y una mujer recalcando implícitamente que son una cosa hermosa, querida por el creador y bendecida por él. Pero, ha querido también enseñarnos otra cosa. Con su venida al mundo, se realizaba aquel esponsalicio místico entre Dios y la humanidad, que había sido prometido a través de los profetas con el nombre de “Nueva y Eterna Alianza”. Muchas veces había hablado Dios de su amor para con la humanidad mediante la imagen del amor nupcial. En Caná se encuentran el símbolo y la realidad: las bodas humanas de dos jóvenes son la ocasión para hablarnos de otro esposo y de otra esposa.
Si las bodas humanas sirven de símbolo a las nupcias espirituales entre la humanidad y Cristo, éstas, a su vez, sirven de modelo para las bodas humanas. Es decir, según la Biblia, si queremos descubrir cómo debieran ser las relaciones en el matrimonio entre el hombre y la mujer, debemos prestar atención a cómo son las de Cristo y la Iglesia. San Pablo dice: “Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25-33). Según esta visión, en el origen y en el centro de todo matrimonio debe estar el amor. Jesús dio su vida por amor a la Iglesia. Todos los matrimonios deben tener como modelo esencial en su vida diaria a Cristo que siempre ha sido fiel a su esposa, la Iglesia.
Sucede en cada matrimonio lo que aconteció en las bodas de Caná. Se comienza con el entusiasmo inicial, como el vino en Caná; con el pasar del tiempo se consume o acaba y llega a faltar. Entonces, las cosas ya no se hacen más por amor y con alegría sino por costumbre. Si no se está atento, sobre la familia va calando como una especie de nube gris y de aburrimiento. Para los invitados a la propia boda, esto es, para los hijos, que un día llegarán, frecuentemente, ya no se tiene nada para ofrecerles si no es el propio cansancio y las propias preocupaciones. También, de estos esposos se debe decir tristemente: “¡No les queda vino!”
El episodio evangélico de hoy les indica a los cónyuges una vía para no caer en esta situación o para salir de ella, si ya se está dentro: ¡Invitar a Jesús a la propia boda! Si Él está presente, se le puede siempre pedir que repita el milagro de Caná: transformar el agua en vino. El agua de la costumbre, de la rutina, de la frialdad en el vino de un amor y de una alegría mejor que los iniciales, como era el vino multiplicado en Caná. Invitar a Jesús a la propia boda significa tener el Evangelio en un puesto de honor en la propia casa, rezar juntos, acercarse a los sacramentos, tomar parte en la vida de la Iglesia.
La presencia de la Madre de Jesús es esencial en las bodas de Caná. Ya que es ella, la que ve la necesidad que están pasando los nuevos esposos. Es Ella, la que intercede ante su Hijo para que realice el milagro. Los cónyuges deben invitar a la Madre de Jesús a su hogar para que ella les proteja e interceda siempre, para que nunca les falte el vino nuevo, es decir, nunca carezcan de la fidelidad, la bondad, el respeto, la generosidad, la alegría, etc.
Que cada uno de los que meditamos este evangelio, invitemos a Jesús y a su Madre a nuestro corazón, para que siempre nos veamos colmados de su amor.