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IV DOMINGO DE CUARESMA

 «Me levantaré e iré a mi Padre»

Hoy, pudiéramos decir que celebramos el Domingo de la Reconciliación, éste es el gran mensaje que nos comunica la Palabra de Dios, que nos ha sido proclamada. Reconciliación con nosotros mismos, con los demás y con Dios; y ésta es la gran obra de Jesús, Él nos ha reconciliado con el Padre, su cruz es el signo más elocuente de esta unión.

En la obra de reconciliación la iniciativa siempre es de Dios; en efecto, es Dios quien reconcilia consigo al pueblo de Israel, haciéndole atravesar el Jordán como si fuera un nuevo Mar Rojo, renovando con él la Pascua y la Alianza como en el Sinaí, dándole como alimento no ya el maná sino los frutos de la tierra que conquistarán y en la que definitivamente se asentarán. Es el padre bueno de la parábola de Lucas quien reconcilia consigo al hijo menor, abrazándole y besándole, y logrando de esta manera que el hijo se reconcilie consigo mismo. Es también el padre bueno el que toma la iniciativa de reconciliar al hermano mayor con el menor, pasando por encima del pasado y valorando debidamente el arrepentimiento del corazón.

Ante la crítica de los fariseos porque Jesús reúne a los pecadores, Él nos muestra, por medio de la parábola del hijo pródigo, lo más profundo e íntimo del corazón del Padre: su misericordia. Es un relato que en labios de Jesús adquiere una fuerza extraordinaria como fuente de revelación del modo de actuar del Padre. Se trata de un relato, que rompe todos los esquemas y supera los estáticos paradigmas judíos. Dios es Padre, es esta la gran novedad del anuncio del Reino, pero no sólo eso, es un Padre misericordioso, capaz de salir al encuentro del hijo, que arrepentido decide regresar a la casa paterna, de donde nunca debió haber salido; es un Padre comprensivo, que sale en busca del hijo, que cegado por el orgullo no quiere aceptar al hermano, un padre que hace fiesta, signo de que no guarda rencor por las ofensas recibidas, en una palabra un Padre que es Amor.

Recibir la gracia del perdón es la fuente principal para lograr reconciliarnos con nosotros mismos, pues si somos perdonados de modo incondicional por Dios, descubrimos que no vale la pena seguir acumulando en nuestro corazón odios o resentimientos antiguos, que lo que único que hacen es paralizar nuestra alma e impedir disfrutar de la vida con sencillez y alegría; pero descubrimos también que es posible reconciliarnos con los hermanos, pues ante la actitud de este Dios Amor, porque obstinarnos en nuestro orgullo, privándonos así de la riqueza que significa vivir en paz con los hermanos, especialmente con los más cercanos, con quienes con frecuencia nos resulta más difícil la convivencia.

Es cuaresma, es tiempo de gracia y reconciliación, continuemos viviendo estos días con una fe sincera, una esperanza activa y una caridad solícita, para llegar a la Pascua con el ánimo alegre y el corazón dispuesto.