¿PARA QUIÉN ES LA SALVACIÓN DE DIOS?
La Palabra de Dios que meditamos este domingo en todo el mundo católico nos invita a salir de nuestro egoísmo y a abrirnos a los demás. El primer ejemplo nos lo da el Rey Salomón con su hermosa oración universal, al dedicar el Templo al Señor: “Cuando uno de ellos (los extranjeros), atraído por la fama de tu nombre, venga de un país distante para orar, escúchalo tú desde el cielo, tu morada, y concédele todo lo que él te pida. Así te conocerán y temerán todos los pueblo de la tierra, lo mismo que tu pueblo, Israel…”(Primera lectura).
Por supuesto que esta conciencia de salvación universal, que muestra Israel, en la Primera lectura, fue adquiriéndose poco a poco, pues durante mucho tiempo, los judíos pensaban que la salvación de Dios era sólo para ellos. Pero con el pasar de los siglos y con el avance del estudio teológico de la Sagrada Escritura, se fueron dando cuenta de que Dios ama a todos los seres humanos y a todos los quiere salvar como Padre Bueno que es.
Por eso mismo, también el salmista y nosotros junto con él, decimos llenos de esperanza, en el Salmo responsorial: “Que aclamen al Señor todos los pueblos”.
La plenitud del designio universal de salvación nos llegó con Jesucristo Nuestro Señor, a quien Lucas, tanto en su Evangelio como en su otro libro, Los Hechos de los Apóstoles, nos lo presenta precisamente como el Dios encarnado y cercano a los hombres, de cualquier condición y situación moral. Es más, tiene preferencia por los despreciados, por los que no cuentan: los pecadores, los pobres, los extranjeros, los paganos.
Tal es el caso que nos refiere hoy en su Evangelio: quien solicita al Señor Jesús la curación de un criado suyo es un jefe del ejército de ocupación romana; es un pagano. Lo cual, para Jesús eso no es ningún impedimento para ayudarlo. Sabemos que lo que Dios pide para obrar milagros es la fe y es precisamente esta fe de este hombre, la que Jesús miró, admiró y la puso como ejemplo para los mismos israelitas, que presumían de tenerla.
Ante esta Palabra de Dios preguntémonos: ¿Realmente somos apóstoles de la salvación o, en ocasiones, lo somos también de la condenación y de la discriminación? En concreto, ¿Cuál es nuestra actitud ante el amor de Dios y el deseo que Él tiene de salvar a toda la humanidad, tanto buenos como malos;sean de nuestra Iglesia o de los demás cristianos; de nuestra religión o de las otras? Sin dejar de darle gracias a Dios por la maravilla y el don de habernos invitado a ser cristianos católicos, que para nosotros, es lo más grande que nos pudo pasar en la vida, no es verdad que, en ocasiones, somos todavía egoístas y pensamos que los demás no se van a salvar. ¿Quiénes somos nosotros para ponerle límites al amor de Dios? Hoy Él nos ha mostrado que así como a nosotros nos ama y quiere que aceptemos la salvación que nos ha alcanzado por medio de la muerte y resurrección de Cristo, así también ama y desea salvar a todos los hombres y mujeres del mundo y no sólo a los que ya formamos parte de la Iglesia por el Bautismo sacramental; al igual que lo hizo en el Evangelio ayudando al oficial romano, sin formar parte del pueblo elegido por Dios, Israel, según, la carne ni la circuncisión, pero sí perteneciendo, de alguna manera, a Israel y a la descendencia de Abraham, según la fe en Dios manifestado visiblemente en Cristo Jesús, el Mesías y el Salvador del mundo.
Que la Eucaristía dominical nos ayude a vivir en nuestra vida diaria, lo que en ella celebramos: formamos Iglesia, pedimos por todo el mundo, nos damos la paz y al comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos comprometemos a seguir haciendo comunión con todos nuestros hermanos, de cualquier raza o condición. Qué sepamos anunciar la muerte del Señor y proclamar su resurrección en nuestra vida diaria, Con la esperanza de que“aclamen al Señor todos los pueblos”. Amén.