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JUEVES SANTO: LA HORA DEL AMOR HASTA EL EXTREMO

«Hagan esto en memoria mía»

En nuestra celebración de hoy contemplamos el gran misterio de la Eucaristía como fuente de amor y servicio que da al hombre la salvación. Presentemos un análisis de las lecturas que nos ayude descubrir el significado de este gran regalo de Dios.La fijación de la Pascua tal como quedó establecida en Israel es proyectada al pasado, a los momentos previos a la liberación de Egipto, para darle todo el carácter de mandamiento divino. Detrás del rito que se establece aquí y que obviamente se fue configurando con el correr del tiempo hay una antigua práctica de los pastores seminómadas que acostumbraban sacrificar un animal de sus ganados la víspera de su partida hacia nuevos pastos.

Esta partida coincidía con el inicio de la primavera. La intención del sacrificio era, en palabra actuales, “encomendarse” a las divinidades de los lugares por donde atravesarían para llegar a buen fin. El rito lo formaba entonces el sacrificio del animal selecto, la acción de asar el animal y la cena acompañada de hojas amargas y con la vestimenta apropiada de quien va a iniciar un viaje: manto, sandalias y bastón. Seguramente la comida se realizaba con rapidez, con la premura de quien va a partir. Finalmente un rito muy importante: rociar con la sangre del animal sacrificado los palos o mástiles que servían de estructura a las tiendas. Esta aspersión tenía entonces el carácter de un exorcismo. Con ello se buscaba la protección divina sobre personas y animales. Los espíritus malos no podrían entrar en las tiendas previamente rociadas con la sangre. Aquí se cambia la aspersión de los palos por las jambas de las puertas, respetando así la ambientación del pueblo que se supone no vive en tiendas, sino en casas, bien sea en Egipto o ya en tierra cananea. La sangre juega aquí en papel muy importante, puesto que gracias a ella el “exterminador” –referencia a los antiguos malos espíritus- no tocará las familias que tienen sus puertas debidamente rociadas. El exterminador “saltó” esas casas. Ése podría ser uno de los sentidos etimológicos de “pesaj”: saltar, andar dando saltos. 

De frente al modo incorrecto de celebrar la eucaristía, Pablo expone a los Corintios el relato de la institución eucarística, su sentido y consecuencias, en una bella catequesis que al mismo tiempo que enseña, denuncia y amonesta. Se trata del documento más antiguo del Nuevo Testamento sobre la institución de la Eucaristía, dado que esta carta fue escrita hacia el año 55 o 56, bastante tiempo antes que los evangelios. El apóstol dice que les transmite una tradición que él mismo ha recibido, probablemente en Antioquía, y que se remonta hasta el Señor. En tiempos de Pablo dicha tradición se había ya concretado en una celebración litúrgica donde se realizaban las dos acciones eucarísticas (vv. 23-25), una a continuación de otra –exactamente como en nuestras eucaristías de hoy, donde a la bendición del pan sigue la bendición del cáliz-, y no espaciadas de acuerdo con el ritmo de la cena judía de la Pascua, tal como ocurrió en la “última cena del Señor”. La comida de hermandad se tenía antes y estaba íntimamente ligada al sentido mismo de la eucaristía, es decir la unión y la solidaridad.

Pablo sitúa la celebración eucarística entre dos horizontes, ambos referidos a Jesús. Uno histórico: “la noche que era entregado” (v. 23). Otro, futuro: “hasta que vuelva” (v. 26). Entre ambos horizontes transcurre el “aquí y ahora” de la vida y misión de la comunidad cristiana que tiene su corazón y su centro en la Eucaristía. El pan y el vino consagrados recuerdan, actualizan, hacen presente en el seno de la comunidad “la memoria de Jesús”, es decir, toda su vida entregada a los pobres, los marginados y pecadores que culmina con la muerte en la cruz y la resurrección. Ahora bien, esta “memoria de Jesús” a través de la invocación y presencia del Espíritu Santo, libera, transforma y salva, pues “siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que vuelva” (v. 26). Así, el “cuerpo eucarístico” de Jesús no es ya solamente su cuerpo muerto y resucitado, presente en el pan y el vino, sino que abarca a toda la comunidad de creyentes que queda transformada en el “cuerpo de Cristo”, según la metáfora favorita de Pablo para referirse a la comunidad cristiana.

La segunda parte del evangelio de Juan, que comienza con el capítulo 13 que hoy hemos leído, se centra en la “hora de Jesús” que discurre a lo largo de la última cena con el discurso de despedida, el proceso de la pasión, y la resurrección de Jesús. El diálogo de Jesús con los discípulos progresa por medio de preguntas y malentendidos. El libro de la hora de Jesús es introducido con una doble mención de su conocimiento. Sabe que ha llegado su hora, que el Padre lo ha puesto todo en sus manos, y que vuelve a Dios; los discípulos comparten ahora el conocimiento de Jesús. La hora es algo deseado y positivo, una ida de este mundo al Padre. Es hora de humildad y de servicio a los suyos. Pedro, que no había entendido la necesidad de la pasión, no entiende ahora el servicio y sacrificio de Jesús; pero está dispuesto a aceptar todo con tal de no separarse de él. Este lavado de los pies tiene una dimensión simbólica y sacramental. El Señor y Maestro les ha dado una lección de cómo actuar en la comunidad cristiana. El que busque servir como Jesús será feliz.

Los discípulos de Cristo, los cristianos, ya no podemos tener dudas sobre la doctrina y enseñanzas del Maestro. Nuestra principal vocación es servir amando y amar sirviendo a los demás. El amor que Cristo nos enseña y nos deja como testimonio, en esta tarde del Jueves Santo, es un amor de servicio, un amor fraterno. Jesús quiso que el amor fraterno fuera, desde entonces, la seña y distintivo por el que los demás nos conocerán a los que nos llamamos sus discípulos.