En el primer día del Triduo Pascual, recordamos, celebramos y actualizamos el misterio del sacrificio de Jesús: la Eucaristía; el motivo que se hace vida de esa entrega: el amor; y el mandato suave de Jesús a los suyos: hacerlo según su ejemplo. Las lecturas del día nos recuerdan momentos importantes de la voluntad liberadora de Dios por su pueblo, Antiguo Testamento, y por los suyos los que creen en él, los discípulos del Nuevo Testamento.
La primera lectura que nos recuerda las indicaciones dadas por Yahvé para la cena de pascua en la última noche de la estancia del pueblo en Egipto. Para nosotros no son sólo palabras que recuerdan los pasos para la preparación y celebración de la cena, es el recuerdo y confirmación de la eficacia salvífica de Dios que se actualiza en cada generación en una noche que se prolonga a todas las generaciones. Es el testimonio de la historia que nos recuerda nuestra propia historia de salvación.
La lectura de san Pablo testimonia lo que los primeros creyentes habían recibido so-bre la celebración de la cena del Señor. Cena que se hace “por nosotros” y para nuestra salvación. Y que en continuidad con la primera alianza, ésta es “Nueva”, y como aquella, pero ahora en Jesús, esta nos libera de la esclavitud. El evangelio, sin duda centro de la celebración de este día, nos narra el mandato del amor hecho vida, en el lavatorio de los pies que Jesús hace a sus discípulos. Todo dentro de la celebración de la Pascua judía. Como sabemos son tres cosas las que en este día podemos tener en cuenta para la reflexión: la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio y el mandamiento del amor. Además de ser un día centrado en la Eucaristía, no sólo por la celebración, sino por las expresiones de religiosidad popular que en este día se viven en las comunidades.
Centrados en el aspecto eucarístico de este día, con el entendido de que la eucaristía es entrega, oblación de Jesús al Padre en favor de la humanidad, podemos detenernos a observar los gestos de Jesús en el lavatorio de los pies de sus discípulos. El ministerio inicia el ascenso a la cruz. No lo hace porque El mismo tome la escalera y se ponga en ella, sino porque las acciones de Jesús se encaminan a la entrega. Accio-nes conscientes como lo sugiere el evangelio: “sabía que le había llegado la hora”.
A diferencia de los sinópticos, el Jesús de Juan toma siempre la iniciativa, de manera más clara lo hará en el huerto, sin embargo desde aquí lo vemos emprender el camino pues conoce, sabe a lo que ha venido. Es como sin encontráramos con un Jesús lúcido, para nada aturdido por lo que viene, mucho menos temeroso. Tal consciencia lo lleva a actuar “se levantó de la mesa”. Es el momento de comenzar la vuelta al Padre. Se levanta para acercarse más a la humanidad que viene a redimir, pues es el momento en que toma lo necesario para lavar los pies. El que se había hecho hombre, muestra ahora hasta dónde llega su abajamiento, pues hace lo que los esclavos extranjeros hacían, ni siquiera un siervo judío lavaba los pies. La incomprensión de tal acción puede mantenernos al margen de la obra de Dios; o nos puede dejar atónitos, desconcertados, enojados, por no comprender, como en su momento dice a Pedro: “Lo que estoy haciendo, tú no lo puedes comprender ahora, lo comprenderás después”.
Para participar de la misión de Jesús debemos comprenderlo para conocerlo, pero también para dejarnos salvar por Jesús debemos dejarnos purificar por su caridad. Por la acción en la que vemos que Dios se pone al servicio y en favor de la humanidad, no por humillación, sino por amor. La práctica y la contemplación del servicio que se hace según y como Jesús hará que tengamos una respuesta a la pregunta que El hace a los apóstoles: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?”. Ahora podemos preguntarnos ¿qué significa “comprender”?, ¿es sólo una acción de la razón y del entendimiento?, ¿comprender tiene algo que ver con la vida de cada día? Al final de la narración vienen las palabras suaves y fuertes a la vez con las que Jesús impulsa la vida de los suyos. Si lo conocemos entonces decimos que El es el Maestro: “ustedes me llaman Maestro, y dicen bien”.
El conocimiento o reconocimiento de Jesús no dice que únicamente lo sepamos identificar, sino que hagamos las cosas con El las hace, de aquí la autoridad con la que afirma: “Les he dado ejemplo… para que hagan lo mismo unos con otros”. El sentido eucarístico de este día nos lleva a recordar la verdad de la afirmación del mandamiento central de toda la ley: el amor. Amor que se entrega cuando se hace sacrificio; amor que se entrega cuando se sirve al sacrificio y amor que se muestra cuando se sirve. El ascenso que Jesús inicia a la cruz, es el camino del que ama a su Padre y a los suyos, aquellos que el Padre le ha encomendado.
De esta forma la “humillación” que Jesús asume conscientemente al lavar los pies se comprende con un profundo acto de amor con la sabida consecuencia de la imitación de los que decimos creer en El, pues hacer lo que El hace es indispensable para participar de su memorial que se renueva en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades. El Jueves Santo además de recordarnos la centralidad de la Eucaristía, nos recuerda la centralidad del amor junto a sus consecuencias. Sin que ellas sean negativas, sino to-do lo contrario, un amor capaz de ofrecerse es principio de transformación, y puede ser sin duda el principio de la transformación que hoy, como no había sucedido hace tiem-po, anhelamos.