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La devoción al Sagrado Corazón de Jesús

La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora Jesucristo, el Verbo encarnado, y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados.[1]

Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres.[2]

La Devoción al Sagrado Corazón es tan antigua como la Iglesia misma. La imagen de Cristo colgando en la Cruz con sangre y agua manando de su costado hicieron una tremenda impresión en los primeros cristianos. San Ireneo, quien vivió al final del siglo segundo, escribió: «La Iglesia es la fuente de agua viva que mana del Corazón de Cristo.»

En los siglos que siguieron, muchos santos meditaron acerca del costado perforado de Cristo. El Corazón de Jesús se convirtió para ellos en un maravilloso símbolo del infinito amor y misericordia de Dios. San Bernardo, San Buenaventura, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Siena y San Francisco de Asís, todos ellos hablaron del gran amor de Dios por nosotros.

Santa Gertrudis también hablo de este gran amor y reflexionó en el Sagrado Corazón como una manera de preparación para su muerte.

Santa Margarita María Alacoque, depositaria de las Apariciones del Corazón de Jesús

Quizá la santa más reconocida en la Iglesia referente al Sagrado Corazón es Santa Margarita María Alacoque. Ella fue una religiosa de la orden de la Visitación, viviendo en un convento en Paray-le-Monial, Francia, entre los años de 1673 y 1675. Ella experimentó muchas visiones del Corazón de Cristo. Vio su Corazón rodeado en llamas y envuelto en espinas y escuchó sus dulces lamentos: “Mira este Corazón, que los ha amado tanto pero que no ha recibido nada a cambio sino frialdad, indiferencia e ingratitud.”

Santa Margarita María comprendió el infinito amor que simboliza el Sagrado Corazón. Ella correspondió a este amor con un deseo de «recuperar» la falta de amor que había demostrado hacía Él. Este es el significado que ella le dio al término «reparación».

Desde su convento, Santa Margarita María promovió el día de la Fiesta del Sagrado Corazón, la devoción de los Viernes Primeros y la Hora Santa de Reparación. Ella es más conocida por las Doce Promesas del Sagrado Corazón que recibió en sus visiones.

El Corazón de Jesús y el magisterio de la Iglesia.

Cercano a nuestro tiempo, muchos Papas han respondido al amor de Dios como ha sido revelado en el Sagrado Corazón de su Hijo. En 1899, el Papa León XIII consagró el mundo entero al Sagrado Corazón. En 1956, el Papa Pío XII escribió una carta encíclica acerca del Sagrado Corazón. Y más recientemente, San Juan Pablo II expresó las siguientes palabras a los peregrinos en la Plaza de San Pedro:

El Hijo se hizo hombre y como tal tenía un corazón humano, con el que amó y correspondió al amor – primero que todo al amor del Padre. Por lo tanto, en este Corazón, en el Corazón de Jesús, la voluntad del Padre está concentrada. A través de eso, el Padre abraza en el Corazón de su Hijo a todos por quienes este Hijo se hizo hombre; a todos por quienes Él tiene un Corazón; a todos por quienes Él murió y resucitó. En el Corazón de Jesús los hombres y el mundo vuelven a descubrir el placer del Padre. Este es el Corazón de nuestro Redentor; el Corazón del Redentor del mundo.[3]

Las doce promesas.

Jesús se le apareció a Santa Margarita María entre 1673 y 1675. Entre las palabras que le dijo, ella escuchó a Jesús hacer varias promesas a aquellos que respondieran a las súplicas de su Corazón e hicieran un esfuerzo por corresponder a su amor. Ella las escribió y que, por medio de ella, han llegado hasta nosotros y a todos los devotos de su Sagrado Corazón:

  1. Les daré todas las gracias necesarias a su estado.
  2. Pondré paz en sus familias.
  3. Les consolaré en sus penas.
  4. Seré su refugio seguro durante la vida, y, sobre todo, en la hora de la muerte.
  5. Derramaré abundantes bendiciones sobre todas sus empresas.
  6. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada.
  7. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente, el Océano infinito de la misericordia.
  8. Las almas tibias se volverán fervorosas.
  9. Las almas fervorosas se elevarán a gran perfección.
  10. Daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más empedernidos.
  11. Las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón, y jamás será borrado de Él.
  12. Les prometo en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos aquellos que comulguen durante nueve viernes primeros consecutivos, la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento supremo.

Las condiciones para ganar esta gracia son tres:

  1. Recibir la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes de mes de forma consecutiva y sin ninguna interrupción.
  2. Tener la intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia final.
  3. Ofrecer cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.

Jesús y su amor se muestran siempre en el Sagrario, donde nos está esperando para que le presentemos nuestras tristezas, penas y angustias, y permitir que su Corazón los transforme en alegrías, gozo y esperanza, para que algún dia nos encontremos inflamados por las llamas de su Corazón traspasado y seamos felices en la plenitud de su compañía.

Por Diego Alberto Barrios Berumen

Segundo de Filosofía

[1] CEC 2669

[2] Pío XII, Enc.»Haurietis aquas»; DS 3924; cf. DS 3812; CEC 478

[3] San Juan Pablo II, Ángelus, 23 de julio de 1989, vatican.va

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