LA INMACULADA CONCEPCIÓN Y EL SENTIDO
SOBRENATURAL DE LA FE
«El pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su vivo testimonio, sobre todo por la vida de fe y de caridad, ofreciendo a Dios el sacrificio de la alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre. La totalidad de los fieles que tiene la unción del Santo (1 Jn 2, 20-27) no puede equivocarse cuando cree, y ejerce ésta su peculiar propiedad mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando “desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos” manifiestan el asentimiento universal en las cosas de fe y de costumbres» (LG 12).
La Iglesia es la depositaria de la Revelación, ha recibido este mensaje de vida para custodiarlo, interpretarlo y trasmitirlo, se trata no de un conjunto de escritos, sino de la Palabra viva y eficaz que Dios ha querido comunicar al hombre por medio de Jesucristo, centro y culmen de dicha Revelación. Este único sujeto de la trasmisión de la Revelación, se manifiesta en tres sujetos diversos, los cuales bajo la guía del Espíritu Santo buscan tener cada vez más una inteligencia de la fe, es decir, profundizar y entender mejor este mensaje de salvación: el Magisterio, la teología y el pueblo de Dios, en el ejercicio del sensus fidelium o sentido sobrenatural de la fe.
Los dogmas en cuanto verdades contenidas «en la palabra de Dios escrita o tradicional y que son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas» , buscan precisamente poner de manifiesto el esfuerzo de la Iglesia por comprender, custodiar y trasmitir el depósito de la Revelación que se le ha confiado. El Magisterio, la teología y el sensus fidelium desarrollan un papel activo e igualmente importante en este esfuerzo de inteligencia de la fe.
¿Dónde se manifiesta el Sensus fidelium?
El ámbito del sensus fidelium es la vida cristiana. El sujeto del sensus fidelium es el conjunto de los fieles en cuanto tales, destinatarios de la libre y gratuita iniciativa de Dios que dona la salvación en Cristo. El objeto de esta capacidad de conocimiento interior de los contenidos de la fe es la misma revelación de Dios, su Palabra en cuanto vivida en la propia existencia de fe en la Iglesia y con la Iglesia.
El sensus fidelium es una forma de conocimiento existencial, que se profundiza juntamente con el camino de progresiva configuración con Cristo, y por tanto un conocimiento por connaturalidad que depende del desarrollo de la vida cristiana, interiormente iluminada y perfeccionada por el Espíritu Santo y sus dones.
Dado que el sensus fidelium es fruto de la participación en la función profética de Cristo, encontramos dos aspectos particulares de participación: 1) el testimonio de la vida y 2) la liturgia. Es decir, para ser auténtica la vida cristiana debe traducirse en una correspondencia entre evangelio y vida, significa testimoniar la credibilidad de la salvación conocida y experimentada en Cristo uniendo a la profesión de fe una vida inspirada en esa misma fe.
El creyente está llamado a testimoniar su fe con la palabra y con las obras, pues la verdad de la testimonianza dependerá de la correspondencia entre palabra y vida. Es el lenguaje del signo que incluye todas las manifestaciones de la vida comunitaria y personal, todo lo que implica la vida: obras, oraciones, iniciativas apostólicas, vida conyugal y familiar, trabajo diario, las molestias de la vida…constituyen aquella oblación santa, sacrificio de alabanza, es decir, la participación a la función sacerdotal de Cristo, esto significa que la vida cristiana llega a ser parte integrante de la liturgia, cada creyente participa en el misterio de Cristo, y ofreciéndose a sí mismo revive en la vida el sacrificio de Cristo.
La recepción constituye la modalidad de expresión más evidente del sensus fidelium. Por recepción entendemos el «proceso por el cual un cuerpo eclesial hace suya en la verdad una determinación que no se da él mismo, reconociendo así una regla que conviene a su vida» . Define el proceso que acompaña la recepción de un concilio o de un sínodo, de una norma o práctica del magisterio de parte del pueblo de Dios. Tal recepción o acogida no equivale a obediencia meramente pasiva, sino se trata de una acción, un consenso.
Esta verdad se ha puesto de manifiesto en el dogma de la Inmaculada Concepción de María, pues el pueblo santo de Dios no sólo ha concensado y recibido esta verdad, sino que aún antes que el Magisterio definiera solemnemente este dogma, los fieles vivían y celebraban ya este misterio de fe. Es sobre todo el testimonio de la liturgia el que corrobora esta verdad: himnos, oraciones, celebraciones, dan muestra de cuán arraigado estaba entre los fieles este misterio de María.
El Papa y los Obispos recibieron estas muestras de fe y ayudados por la reflexión de los teólogos, consideraron oportuno proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Así lo hizo el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854 con la Bula Ineffabilis Deus: «Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles».
Se trata de una expresión viva y real de la interacción de los tres sujetos de transmisión de la Revelación: el Magisterio, la teología y el pueblo de Dios en el ejercicio del sensus fidelium.