“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria”
Después de prepararnos durante cuatro semanas llegamos a la gran celebración de la Navidad, fiesta, celebración, acontecimiento, misterio. La Navidad es el misterio del Emmanuel, Dios con nosotros; es la celebración de la cercanía de Dios, que sale al encuentro del hombre, que viene a iluminar las tinieblas que envuelven la tierra.
En los días anteriores habíamos escuchado las narraciones de Mateo y Lucas sobre el nacimiento de Jesús, esas bellas historias que tanto nos asombran y que maravillosamente representamos en nuestros nacimientos o pesebres, que ponemos en casa. Pero el día de hoy la liturgia de la Iglesia nos presenta la lectura del evangelio según san Juan, en el prólogo; es una manera distinta de escribir, pero se expresa la misma verdad: Dios ha querido “habitar entre nosotros”, caminar a nuestro lado, hacernos sus hijos, llevarnos de las tinieblas a la luz, darnos vida y vida en abundancia.
El tierno niño que hoy contemplamos en el pesebre es el Verbo eterno de Dios, Hijo de Dios, verdadero Dios, “luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, pero que ha querido hacerse hombre como nosotros, de nuestra misma naturaleza, es decir, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. En Jesús, Dios ha pronunciado su última y definitiva Palabra, Palabra de amor, perdón y misericordia para todos hombres. Esa Palabra eterna se ha pronunciado entre nosotros para anunciarnos la salvación, el perdón, la posibilidad de ser hijos de Dios, hijos en el Hijo.
Una vez más Dios ha roto el silencio con su Palabra, como lo hizo desde el principio, en la creación del mundo, pero ahora “en la plenitud de los tiempos” se ha escuchado la Palabra plena y definitiva, y no como un ruido estrepitoso y ensordecedor, sino como el murmullo de un niño indefenso nacido en medio de la noche, manifestado únicamente a los pobres y sencillos de corazón. Esa es la pedagogía de Dios, así nos ha enseñado siempre, nuestro Dios es quien puede hacer que lo humanamente imposible se haga posible, que de lo más absurdo, según una lógica humana, se realicen las maravillas más extraordinarias. Con instrumentos débiles e imperfectos lleva a cabo su obra de salvación, por eso no debemos escandalizarnos de que haya elegido el camino de la sencillez, de lo casi inadvertido. Él, con el poder de su Verbo es capaz de transformar el desierto en un valle donde abundan toda clase de hermosas plantas; pero sobre todo, tiene el poder de transformar el corazón del hombre, hacerlo nuevo.
En eso consiste precisamente la filiación divina, que Dios nos ha hechos sus hijos, nos ha dado la posibilidad de participar de su misma vida, nos ha elevado, nos ha dado un corazón de hijos, ese es el verdadero milagro de la Navidad, que Dios haya querido hacerse hombre para que los hombres nos hiciéramos hijos suyos. Que misterio tan sencillo y tan profundo a la vez, que intercambio tan maravilloso. La encarnación del Hijo de Dios rompe todos los razonamientos y supera todas las lógicas del hombre, nos abre a posibilidades infinitas, nos invita a dejarnos transformar, a romper los esquemas cuadrados en los que hemos colocado a Dios, dejarlo actuar, que siga realizando su historia de salvación en nosotros, pues la Navidad se realiza hoy, se sigue realizando aquí, la luz viene a iluminar nuestras tinieblas, hemos de recibirlo, contemplar su gloria y vivir como hijos de Dios.