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LA SAGRADA FAMILIA

«Toma al niño y a su madre y huye a Egipto»

Celebrar la Navidad es adentrarnos al misterio de la Encarnación del Verbo, del Dios que asume nuestra naturaleza humana, sin perder su divinidad, un misterio que debemos contemplar y adorar, antes que querer comprender o explicar. Esta maravillosa realidad nos pone delante la verdadera humanidad de Jesús, el Hijo de Dios, hombre como nosotros, que «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, actuó con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22).

Jesús quiso nacer en el seno de una familia, la cual desde el inició tuvo que sortear infinidad de dificultades, pues no es fácil ser instrumento de Dios en una empresa tan admirablemente grande. Por eso la Sagrada familia de Nazaret es y será siempre el modelo perfecto de toda familia. Esta fiesta dominical  nos pone delante el modelo perfecto para cualquier padre y madre de familia, y también para cualquier hijo.

El evangelio de Mateo, que hemos leído, nos presenta una realidad dramática: el pequeño e indefenso Niño Jesús corre peligro y sus padres se ven en la urgente necesidad de huir de su patria y emigrar a otro país. No nos parece esta situación muy familiar, parece que estuviéramos viendo un noticiero actual. Efectivamente la migración es una realidad presente en nuestra sociedad, somos un país de migrantes y un territorio de paso para los migrantes, ¿quién de nosotros no tiene algún familiar fuera de casa? ¿Quién de nosotros no tiene un padre, una madre, un hermano, un hijo migrante? Es algo con lo que hemos crecido, el drama de la separación familiar, a causa de la migración, nos ha acompañado desde siempre. Sufrimos en carne propia o muy cerca de nosotros el dolor de la separación, la angustia de la distancia, el temor a perderlo todo, aun la propia vida, en el intento por ganar muy poco. 

Y qué decir del verdadero viacrucis, que viven nuestros hermanos centroamericanos en su paso por nuestro País, buscando llegar “al otro lado”, no nos hemos conmovido al ver las crueles historias de tantos hombres y mujeres, que en su intento por “cruzar” son víctimas de la violencia, que azota nuestro México. Miles y miles, que en el lomo de esa ya famosa “bestia” comparten el dolor del exilio, como lo vivió la Sagrada Familia de Nazaret.

Hoy debemos sentirnos privilegiados de poder estar aquí, celebrando esta Eucaristía, traigamos a nuestra mente y corazón a ese hijo, ese hermano, que hace años no vemos, piensa en esa madre, que llora la ausencia del hijo o del esposo, o de aquella otra que espera saber por lo menos si vive o muere el hijo desaparecido, pues hace tanto que no se tienen noticias. Elevemos nuestra oración por todos esos hombres y mujeres humillados y despreciados solo por ser migrantes y pidamos a la Sagrada familia  por ellos. Recordemos también, que todos nosotros somos migrantes, somos peregrinos en camino hacia la casa del Padre, nada nos pertenece, ni la tierra, ni las cosas, todo es don de Dios.