Categories: Sin categoría

¿Lo hago o no lo hago?

Realmente no sabía si hacerlo o no. Lo pensaba y lo pensaba, y no encontraba qué hacer, hasta que poco a poco todo se fue esclareciendo. Mi nombre es Fernando y soy de la ciudad de Zacatecas. Tal vez te preguntes a que me estoy refiriendo con ese hacer, te invito a que lo averigües leyendo esta pequeña historia. 

Cuando era niño, decía que yo quería ser sacerdote: dar misa, asistir a peregrinaciones, confesar y ayudar a la gente. Jugaba a hacer procesiones en el patio de mi casa, y me gustaba mucho hacer altares a los santos. Mi mamá me decía que fuera monaguillo pero nunca me decidí porque me daba vergüenza. Después fui creciendo, y entré a la primaria y secundaria, y todavía quería ser sacerdote. Incluso a los 13 años de edad, con la ayuda de mis papás, construí un pequeño altar en el patio de mi casa que todavía conservo, al que de cariño le llamamos «capilla». Hasta ahora no había ninguna duda de que yo quería ser sacerdote, todo lo que hacía se apuntaba hacia aquel sueño que yo tenía. No pensaba en otra cosa que no fuera ser servidor de Cristo.

Pero con el paso del tiempo, cuando entré a la preparatoria este sueño se fue desvaneciendo poco a poco hasta dejar a un lado la posibilidad de estudiar para ser sacerdote. El mundo me era muy atractivo, y dejarlo por ser sacerdote no me parecía muy agradable. Decidí hacerme sordo a aquella llamada, y seguir planeando mi vida con una esposa, hijos, casa, etc… Así, duré tres años ignorando totalmente este deseo que había dentro de mi corazón. Ya tenía planeado la carrera que iba a estudiar, había presentado el examen ceneval para químico farmacéutico biólogo. 

Pero, algo en mi interior me decía que andaba mal, que estaba viendo otro camino que tal vez no me haría tan feliz. Me parecía divertido e incluso un bonito deseo tener familia, pero a la vez sentía que me estaba engañando, porque yo sabía que ahí no se encontraba totalmente mi felicidad. Por lo cual, decidí abrir un poquito mi corazón al deseo de ser sacerdote, pero no lo abría totalmente porque tenía miedo que ganara. Yo le decía al Señor: «si quieres que sea sacerdote, espérame un año, deja estudio un tiempo la universidad, y si sigo con esta inquietud de verdad que me voy al Seminario». El Señor siguió insistiendo sin coartar mi libertad, llamó y esperó a que le respondiera.

En el año 2009 participé del novenario de la Virgen del Carmen, cerca de mi casa. Recuerdo que desde que empezó el novenario, sentía en mi corazón el deseo de responderle al Señor, de decirle: “Sí, Señor, acepto, aquí estoy, quiero ser tu siervo”, pero tenía miedo de entregarme por completo, de renunciar a mi familia, amigos, a mí.

El 16 de Julio, día de la Virgen del Carmen recuerdo que en el momento de la consagración yo me entregué completamente al Señor y le abrí mi corazón y respondí a la invitación que me hacía. Así que llegué a mi casa emocionado para decirle a mi mamá que quería entrar al seminario. Pero cuando llegué, lo primero que mi mamá me dijo es que ya habían publicado las calificaciones del examen ceneval. Le contesté que ya no me interesaba si había quedado o no, porque yo quería estudiar otra cosa. Mi mamá desconcertada preguntó qué otra cosa podía estudiar, si no había presentado examen para alguna otra carrera. Le dije que quería entrar al Seminario. Al principio no me creía, y pensaba que estaba jugando, pero cuando vio que era verdad, lo primero que me dijo fue que lo pensara bien, que no era algo fácil, pero que tenía su apoyo.

Ahora solo faltaba avisarle a mi papá de la decisión que había tomado, recuerdo que le hablé a su trabajo, y le pedí permiso para entrar al preseminario, me dijo que sí me daba permiso, sólo me preguntó ¿A qué hora llegaría? Le respondí que hasta la próxima semana, y él, desconcertado por mi respuesta, me preguntó que para qué le estaba pidiendo permiso. Le expliqué que el preseminario era una experiencia para conocer cómo se vive en el Seminario y poder decidir si quería entrar o no. Mi papá me dejó con todo el dolor de su corazón, me decía jugando que ahora tendría menos nietos, pero que si yo quería ser sacerdote él me apoyaba. 

Así es que decidí hacerlo, lo hice con un inmenso amor de servirle a Jesús por medio de los hermanos, decidí hacer de mi vida una aventura por Cristo, y entré al Seminario. Y estos años que llevo aquí son una experiencia de locura, alegría, dificultades, pruebas, pero sobre todo una aventura de amor, mi aventura por y para Jesús.