BENEDICTO XVI
Madrid, Editorial Ciudad Nueva, 2010, 262 pp.
Benedicto XVI excepcional teólogo y pedagogo en la Audiencia general del miércoles 7 de marzo de 2007 decía: «Durante los meses pasados hemos meditado en las figuras de cada uno de los apóstoles y en los primeros testigos de la fe cristiana mencionados en los escritos del Nuevo Testamento».
Ahora dedicaremos nuestra atención a los santos Padres de los primeros siglos cristianos, así podremos ver cómo comienza el camino de la Iglesia en la historia». Al abordar este tema en sus catequesis de los miércoles, invita a reflexionar sobre la serie de las figuras más eminentes de aquella primera época, presentándolos como maestros de la Fe y testigos de la perenne actualidad de la fe cristiana.
Inicia sus meditaciones con SAN CLEMENTE OBISPO DE ROMA en los últimos años del Siglo I, tercer sucesor de Pedro. San Ireneo da el testimonio más importante sobre su vida, el cual atestigua que «había visto a los apóstoles», «se había relacionado con ellos y tenía todavía la predicación apostólica en sus oídos y su tradición ante sus ojos». Su Carta a los corintios nos muestra su grande autoridad y prestigio.
El turno siguiente le corresponde a San Ignacio de Antioquía que nadie como el expresó con tanta intensidad el deseo de UNIÓN con Cristo y de VIDA en él. Continúan SAN JUSTINO, filósofo y mártir, el más importante de los Padres apologistas del siglo II; SAN IRENEO DE LYON, hombre de fe y pastor, SAN CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, gran teólogo, destacado promotor del diálogo entre la fe y la razón en la tradición cristiana, ORÍGENES DE ALEJANDRÍA, una de las personalidades determinantes para todo el desarrollo cristiano, verdadero maestro, TERTULIANO, africano, que entre fines del siglo II e inicios del tercero inaugura la literatura cristiana en latín, testigo cuando los cristianos se convirtieron en auténticos sujetos de nueva cultura en el encuentro entre la herencia clásica y mensaje evangélico, SAN CIPRIANO, excelente obispo africano,el primer obispo que consiguió en África la corona del martirio, autor de numerosos tratados y cartas siempre relacionados con su ministerio pastoral, EUSEBIO, obispo DE CESAREA en Palestina, conocido sobre todo como el primer historiador del cristianismo, pero también como el mayor filólogo de la Iglesia antigua.
Recordando a los grandes maestros de la Iglesia antigua, Benedicto XVI centra su atención en SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA, modelo de ortodoxia, tanto en Oriente como en Occidente, aclamado como la columna de la Iglesia por el gran teólogo y obispo de Constantinopla san Gregorio Nacianceno, en SAN CIRILO DE JERUSALÉN; En su vida se entrecruzan dos dimensiones: por una parte, la solicitud pastoral; y por otra, la implicación, a su pesar, en las intensas controversias que afligían entonces a la Iglesia de Oriente, en SAN BASILIO, a quien los textos litúrgicos bizantinos definen como una lumbrera de la Iglesia, SAN GREGORIO NACIANCENO, ilustre teólogo, orador y defensor de la fe católica en el siglo IV, célebre por su elocuencia y, al ser también poeta, tuvo una alma refinada y sensible, SAN GREGORIO DE NISA, hermano de San Basilio, hombre de carácter meditativo, con gran capacidad de reflexión y una inteligencia despierta, pensador original y profundo en la historia del cristianismo, en SAN JUAN CRISÓSTOMO, o sea, boca de oro por su elocuencia, sigue vivo hoy, entre otras razones, por sus obras.
Continuando el camino, siguiendo las huellas de los Padres de la Iglesia, nos encontramos con una gran figura: SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, definido en el Oriente griego como custodio de la exactitud, que quiere decir custodio de la verdadera fe, aparece también SAN HILARIO DE POITIERS, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV, consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo. En este camino les acompañan SAN EUSEBIO DE VERCELLI, el primer obispo del norte de Italia, fundó en Vercelli una comunidad sacerdotal, semejante a una comunidad monástica. SAN AMBROSIO obispo, introdujo en el ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes, impulsando en Occidente la práctica de la lectio divina. El método de la lectio llegó a guiar toda la predicación y los escritos de san Ambrosio, que surgen precisamente de la escucha orante de la palabra de Dios, SAN MÁXIMO DE TURÍN, contribuyó decididamente a la difusión y a la consolidación del cristianismo en el norte de Italia, esto se constata por una colección de cerca de noventa Sermones. SAN JERÓNIMO, que puso la Biblia en el centro de su vida: la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se esforzó por vivirla concretamente en su larga existencia terrena. AFRAATES EL SABIO PERSA, casi desconocido para nosotros, a través de este Padre de la Iglesia quiere guiarnos Benedicto XVI hacia una parte poco conocida de este universo de la fe, de este otro cristianismo, a los territorios en los que florecieron las Iglesias de lengua semítica, sobre las que todavía no había influido el pensamiento griego. SAN EFRÉN EL SIRIO, se encuentra en esta misma línea, el representante más influyente del cristianismo de lengua siríaca, logró conciliar de modo único la vocación de teólogo con la de poeta, entona su bello himno: Sobre el nacimiento de Cristo, ante la Virgen con gran inspiración. SAN CROMACIO DE AQUILEYA OBISPO, sabio maestro y celoso pastor. Su primer y principal compromiso fue el de ponerse a la escucha de la Palabra para poder convertirse en su heraldo: en su enseñanza siempre toma como punto de partida la Palabra de Dios y a ella regresa siempre. SAN PAULINO DE NOLA, poeta, monje, presbítero y obispo, contemporáneo de San Agustín, con quien estuvo unido por una profunda amistad. Tras llegar a la fe escribió <<El hombre sin Cristo es polvo y sombra>>.
SAN AGUSTÍN, el Padre más grande de la Iglesia latina: hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral. Este gran santo y doctor de la Iglesia a menudo es conocido, al menos de fama, incluso por quienes ignoran el cristianismo o no tienen familiaridad con él, porque dejó una huella profundísima en la vida cultural de occidente y de todo el mundo. Pablo VI subrayaba: <<Se puede afirmar que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de pensamiento que empapan toda la tradición doctrinal de los siglos posteriores>>.
Los puntos que Benedicto XVI aborda en estas espléndidas catequesis sobre los Padres de la Iglesia son: sus rasgos biográficos, sus obras y escritos y su aportación doctrinal. Sus alocuciones de los miércoles no son académicas sino catequéticas, pretender dar una formación general, fundamental y breve por así decirlo de estas figuras señeras que pueblan el universo cristiano de los cuatro primeros siglos cristianos, desde el Oriente hasta el Occidente, y desde el Norte hasta el sur.
El telón de fondo que contienen es un panorama que muestra el desarrollo de la doctrina y de la vida cristianas que impulsaron, siguiendo la misma dirección de sus predecesores.
El libro nos ayuda a ver la coherencia que se da entre el pensamiento expresado por su palabra y su vivencia existencial.
En estas catequesis Benedicto XVI nos da un valioso regalo en cuya elaboración empleó mucho empeño y mucho tiempo de estudio y de investigación para facilitar el acceso a la Tradición católica, para hacer ver la decisiva importancia que tienen los Padres de la Iglesia en la consolidación de su vida y de su doctrina, en el porqué de su ser.
Es un libro para saborearse como una copa de buen vino, sea en la lectura espiritual, en la preparación de pláticas y homilías (a los Padres de la Iglesia muy poco los tomamos en cuenta), en la formación cristiana permanente. Se puede considerar como un compendio de la catequesis de la Iglesia de la Antigüedad.
Es un libro a través del cual se propone el anuncio de salvación con un camino generoso y valiente de conversión. Promueve el interés por conocer las enseñanzas y la experiencia de fe de estos ilustres cristianos.
Ayuda a defender la verdadera doctrina y a exponer con claridad las verdades de la fe.
Son dos volúmenes (el segundo, abarca del Papa León Magno a Juan Damasceno) que vale la pena colocar en el estante de la biblioteca, no únicamente para que luzcan sino para que induzcan a leerlos, meditarlos y saborearlos en la alegría de nuestra fe.
Comentó: José Fernández Ávalos, presbítero. Fiesta del Sagrado Corazón 7 de junio de 2013.